El deber de vencer el odio y abrazar la PAZ


A TOD@S NOS CONVIENE LA PAZ

En un Estado Democrático Social de Derecho estás expresiones de odio y fanatismo que propone el senador Uribe, no tendrían el efecto ni el eco que tienen en nuestra tierra, pues no sólo estaríamos ante una ciudadanía más consciente de su deber como sujeto social y político, sino que además gozaría plenamente de garantes sociales, entre ellos, educación. El modelo impuesto en Colombia desde hace más de un siglo, parte del reconocimiento y empoderamiento de unas élites sanguinarias que han empleado todas las formas de lucha para desterrar y aniquilar toda voz de inconformidad o posibilidades de transformación; para someter y enajenar. No es arbitrario constatar entonces que los mismos detentores del poder empresarial y financiero, con fuertes e históricos nexos con el clero sean además los dueños de la industria de la gran prensa y sean también quienes, con la anuencia del imperio, designen presidentes, bajo el manto falaz de la democracia.

Colombia ha operado como un Estado feudal (de siervos y señores, vasallos y feudos), en el que el abandono del gobierno, la imposición de un sistema económico despiadado y un modo de producción esclavista, se ha perpetuado a través de la represión violenta, la exclusión social y política, la iniquidad y la inequidad, generando enormes desequilibrios sociales, económicos y culturales: por un lado mayorías paupérrimas, y por el otro, la opulencia y el lucro desmedido -no en una nobleza acaudalada, cruel pero culta- sino en una clase social emergente, heredera del poder político en algunos casos, pero casi siempre ignara, violenta y rapaz.

Ahora, estas mafias políticas y empresariales, que siempre han gozado de gobernantes dóciles a sus exigencias o que han sido parte de su mismo proyecto, se enfrentan a la posibilidad de un real cambio en el país; y ese cambio está ligado a la posibilidad de acabar con la lucrativa guerra, de desterrar el mayor pretexto que se ha esgrimido durante lustros para reprimir a la población, coartar derechos y libertades y justificar el abandono y la poca inversión del Estado en desarrollo, infraestructura, seguridad social y educación, entre otros. Por eso tiemblan y se miran con estupor. Pero no sólo se trata de los intereses mezquinos de estas mafias, muchas también ligadas a la ilegalidad, se trata de la posibilidad real de construir un escenario (el del pos acuerdo con reformas sustanciales) que bien podría ir en contravía del llamado nuevo orden mundial, en contra de la globalización y el neoliberalismo que impone el recorte de la inversión social, la privatización y la desregularización de los Estados.

Y no es que Santos no haga parte del mismo modelo, es que rompió el libreto, y aun cuando su modelo económico sea el mismo -igual de cruel y de asfixiante para las mayorías-, sabe que el sostenimiento indefinido de una guerra ya no es rentable para el país. La guerra interna frena la inversión y sume al país en el atraso y en la pobreza. Los 27.7 billones de pesos que se destinan para la defensa y el conflicto armado cada año en el país, son recursos que se pierden, que no generan riqueza ni progreso para nadie, ni siquiera para las élites empresariales que se lucran del negocio de la guerra. La confrontación bélica con una guerrilla que sabemos no será derrotada por la vía militar, que genera daños a la infraestructura y mengua la inversión y la seguridad, no es opción para un país que necesita crecer y alcanzar los estándares de competitividad que reclama un mundo en crecimiento y veloz transformación.

El país está en bancarrota, su moneda es una de las más devaluadas, sus recursos naturales están empeñados a multinacionales, el costo de la vida está disparado, el petróleo (la principal fuente de divisas) está por el suelo -y así seguirá-, la deuda externa se duplicó en los últimos años y la tasa de crecimiento trimestral del PIB bajo casi a la tercera parte; la presión presupuestaria llena de inquietud a los inversionistas, el país se desindustrializa y los niveles de desarrollo humano, científico, tecnológico y de infraestructura son los más bajos de la región. La guerra, la inseguridad en las ciudades y los ataques criminales contra los llamados activos industriales privados han roto la confianza en sectores con capacidad de inversión, y el vacío se siente. Por ello sostener la guerra ya no es posible ni rentable para Colombia. Hay que hacer la PAZ.

Y la firma de uno o dos acuerdos de PAZ, definitivamente, más allá de los fríos cálculos, si cambiará la historia de Colombia: Nos sintonizará como nación con una nueva frecuencia histórica, nos quitará el inri y el dolor frecuente de la guerra, facilitara el acceso a mejores fuentes de crecimiento y desarrollo social, se incrementara la inversión y el turismo, aumentara la seguridad social, y la justificación para perseguir a la organización social y a los movimientos políticos de oposición, así como para romper los procesos organizativos locales, que generan comunidad, será desterrada. Sustituir el miedo y la frustración por la confianza y la esperanza, definitivamente nos conviene a todos, incluso a los que aún no han nacido.

Es necesario superar a Uribe, desterrarlo, derrotarlo, ubicarlo en el lugar que le corresponde en la historia y garantizar para él la acción de la justicia y el más pronto y certero olvido. 

//Nota: Un paso importante para afianzar la paz, desarmar el lenguaje y superar el tufo amargo de odio y la violencia que exhala y propone Uribe junto a su horda de fanáticos, es fortalecer la prensa independiente, superar la adicción a la industria de la desinformación, y, con educación, liberar al pueblo de la ignorancia y del yugo de la malentendida fe católica.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Reforma Rural Integral: la llave para la PAZ total

Simbolismo en la posesión presidencial

LLEGÓ LA HORA DE LEGALIZAR