Grafiti, ciudad en movimiento
Mayo 2016
Pocas veces los grandes medios de
comunicación se atreven a indagar sobre la realidad del grafiti en la ciudad,
pese a que el tema ha sido tratado como un problema urbano desde la década del
noventa. Sin embargo, recientemente, quizás a partir de las convocatorias hechas
por la Alcaldía Mayor de Bogotá y el Instituto Distrital de las Artes –IDARTES-
para fomentar su práctica con el auspicio para la realización de varios murales
en diferentes puntos de la ciudad,
empiezan a abrirse espacios para el debate y el análisis sobre lo que es el
grafiti y cuáles son sus implicaciones para la ciudadanía en términos de
derechos, apropiación del espacio público y construcción de convivencia.
Como suele suceder en todo debate, surgen
diferentes miradas y posiciones encontradas; pero en los espacios televisivos
sobresalen las voces de protesta de una ciudadanía inconforme –con o sin razón-
que percibe la práctica del grafiti como un atentado a la estética de la ciudad,
un ataque de color y suciedad indiscriminado que incrementa la contaminación
visual y vulnera sus derechos. Curiosamente la lectura que hacen algunos periodistas
y ciudadanos sobre la contaminación visual, no reconoce ni cuestiona otras
formas de contaminación visual mucho más agresivas, como las que imponen las grandes
vallas publicitarias y los avisos descoloridos, titilantes e invasivos de
marcas, empresas, entidades financieras y comercios que, sin compasión alguna, cubren
fachadas de edificios, vías y diversos espacios de carácter público y privado.
El diario El Espectador y Noticias Caracol
realizaron un programa titulado “¿Arte o vandalismo?: la discusión del grafiti
en Bogotá”, con el fin de presentar diversas lecturas sobre el tema. “Entre
quienes los consideran una forma de expresión y quienes aseguran que es
contaminación visual, los grafitis en Bogotá se han visto inmersos en un eterno
debate, pues no hay espacios propicios para este tipo de práctica, y quienes los
hacen recurren a fachadas de casas y edificios, e incluso monumentos.”[1]
Más allá de la no resuelta discusión entre lo
que es o no es el grafiti, de la infructuosa necesidad de establecer los
límites entre arte y vandalismo, de la intención de aclarar cuáles son los espacios
apropiados para el desarrollo de esta práctica de carácter subversivo, emerge
la discusión sobre cómo se podría reglamentar su uso sin sacrificar el derecho
a la libre expresión. El grafiti es una expresión ciudadana de carácter
creativo que nos revela varios aspectos – algunos inquietantes- sobre lo que
ocurre, se oculta o palpita al interior de una urbe. Para el filósofo y semiólogo Armando Silva,
autor del libro «Grafiti, una ciudad imaginada»: “el grafiti como proceso
comunicativo atiende primordialmente a la experiencia urbana, la confrontación
del poder y la divulgación de lo prohibido.”
El análisis sobre el tema -independiente de
las categorías que se le quieran adjudicar, todas ellas subjetivas-, debe
generar una reflexión profunda y desprejuiciada sobre lo que el grafiti
representa para una sociedad; qué expresa, qué delata de una comunidad, qué
desafíos propone, qué gritos, reclamos, anhelos o motivaciones lo impulsan y qué
significa, en términos sociales, políticos y culturales, para un territorio.
En una entrevista realizada a un ciudadano de
edad avanzada, ex-magistrado y catedrático universitario, quien se define como un hombre tolerante y de espíritu liberal, sobre
lo que significa el grafiti para una sociedad y si es posible reconocer en su
práctica una propuesta artística, sostiene que si bien en algunas ocasiones se
trata de una expresión artística, como en el caso de los cuidadosos y bien
elaborados murales que se encuentran en varias paredes de la ciudad, el grafiti
es un problema social con una causa específica y una clara alternativa
de solución.
“La mayoría de las pintadas y rayones que se
observan en las paredes de Bogotá no son grafitis -afirma el ex-magistrado- porque no comunican nada, son
simples rayones hechos por un lumpen social, carente de cultura y de educación,
que en su elevado nivel de inconsciencia sólo busca depredar la ciudad, vulnerando
de paso, los derechos de los demás. No tienen sentido de identidad ni
valoración histórica de su desarrollo, si no ¿cómo se explica el daño que hacen
a los monumentos, hitos arquitectónicos y sitios de valor patrimonial de la
ciudad? Esta destrucción la pueden llevar a cabo porque no hay autoridad. Y la
única solución posible es que la policía y las alcaldías locales emprendan una
campaña represiva de aplicación del código penal y de policía frente a estas
manifestaciones depredadoras y abusivas. Campaña que, por supuesto, tendría que
ir acompañada de una acción pedagógica para que los ciudadanos aprendan a
querer y a cuidar lo público, para defender su ciudad.”
En un especial de Noticias Caracol sobre el tema se
mostraron las paredes rayadas de algunas casas y se entrevistó a un par de propietarios que, por supuesto, expresaron
ante la cámara el malestar que esto les genera. Sin embargo, un profesor
consultado reconoció que si bien el accionar de los grafiteros trasciende unos
límites algo difusos, en muchos casos obedece a la necesidad juvenil de marcar
territorio (como los animales) y expresar rebeldía. Para otros ciudadanos el grafiti es una muestra
artística que, mediante la elaboración de ciertos códigos, pretende compartir
inquietudes ciudadanas y dejar constancia histórica de una realidad. El
programa de televisión generó diferentes respuestas. En un artículo bastante
llamativo, publicado por El Espectador, se afirma que catalogar el grafiti como
vandalismo puede resultar peligroso.
“Ignorante. No todo el que pinta muros con
aerosol es un graffitero. No todo árabe en un avión hacia EE. UU. es un
terrorista. La mayoría de las imágenes del reportaje son de las barras
futboleras, y estos no se auto reconocen como graffiteros. Y dentro del grafiti
hay diferencias en sus prácticas, técnicas y personalidades, no se puede
homogeneizar.
Mostrar la molestia efervescente de los
dueños de las fachadas marcadas con pintura, pero no mostrar al dueño de la
casa que sí autorizó el primer grafiti del reportaje, que después fue editado,
es fácil y relativo al contrastarlo con las fachadas de las escuelas en los
municipios marcadas con balas de fusil.
Peligroso. Catalogar el grafiti como
vandalismo en Colombia. Es cierto que es una de sus definiciones en países
desarrollados; pero decir vandalismo igual a delincuente, y este a criminal, en
este país, donde el Ministerio de Defensa bombardea las bandas criminales,
puede tener graves consecuencias…”[2]
Si bien el grafiti corresponde al ejercicio
del derecho fundamental a la libertad de expresión, como lo afirmó un
constitucionalista entrevistado en el controvertido programa de Noticias
Caracol, ese derecho, como todo derecho, tiene sus límites. Si el ejercicio de
ese derecho causa daño a personas o en cosa y bien ajeno, se estaría
incurriendo en un delito, como lo establece el Artículo 370 del Código Penal y
las circunstancias de agravación punitiva del numeral 4 del artículo 371.[3]
Ningún derecho, aunque sea fundamental, es absoluto y sus límites los determinan
los derechos de los demás. Ya lo dijo, en plena Alta Edad Media, el teólogo y
filósofo católico, Santo Tomás de Aquino: "Mi libertad termina dónde
empieza la de los demás."
¿Qué es el grafiti?
Según el diccionario de la Lengua Española,
en su última versión, el grafiti se define como “firma, texto o composición
pictórica, realizados generalmente sin autorización, en lugares públicos sobre
una pared u otra superficie resistente”
El término se deriva del griego ‘graffito’ que significa escribir o
dibujar en una pared, muro o cualquier superficie plana. Puede tratarse de una
simple marca, una firma (tag) con
letras simples, gruesas y redondeadas, tener un color o varios, relleno o contorno,
puede tomar como referencia los subestilos de Phase 2, muy de moda en la década del 70, como el llamado ‘Chorro exquisito’, ‘Phasemagotical
fantástica’, ‘Pompa nublado’ o ‘Tablero de ajedrez’, entre otros, o puede proponer
una obra de arte más compleja, como un mural. Tan variadas como sus expresiones
pictóricas, son también las razones para su realización. En algunos casos obedece
al anhelo de reconocimiento del público, otras veces a la necesidad de apropiarse de un
espacio público/privado, y en algunos casos sólo se busca subvertir ciertas
normas de convivencia o plasmar un testimonio.
En las calles de las principales ciudades del
mundo, siempre es posible leer algunas de sus ingeniosas manifestaciones: “Mientras
los medios sigan mintiendo, las paredes seguirán hablando”; “Si no hay pan para
el pobre, no habrá paz para el rico”; “Si nos condenan a la ignorancia, los
condenaremos a la violencia”. También es posible encontrar grafitis de corte
más romántico: “¿Y si fueras amor?; “Habla menos y besa más”; “¿Cuánto tiempo
te quedaras conmigo? ¿Preparo café o preparo mi vida?”. En la puerta de un
abandonado teatro del centro de Bogotá, durante algunos años se leía: “Mira
amor, un sueño menos”. Y acompañando la inmortal imagen del asesinado humorista
y crítico social Jaime Garzón, aparecen diferentes textos: “Lo mejor de todo es
que alguna huevonada queda” o “hasta aquí las sonrisas, país de mierda…”, etc…
El grafiti entonces puede ser interpretado de
mil maneras y asumido de otras mil formas, pero en general se reconoce como una
expresión artística (con escandalosas y abundantes excepciones) o como una expresión
personal que aunque es ilícita, no es vandálica,
necesariamente. Sin embargo, cuando esa expresión afecta la propiedad ajena,
cuando a la fuerza se irrumpe en un espacio privado para inscribir letras,
firmas o para dejar mensajes y rayones en las paredes de casas, edificios, monumentos
o sitios no aptos para ello, si se puede hablar de una acción vandálica. El
diccionario de la lengua española de Oxford define el vandalismo como una “actitud
o inclinación a cometer acciones destructivas contra la propiedad pública sin
consideración alguna hacia los demás. El vandalismo pone en peligro la
convivencia de los ciudadanos."[4]
En Wikipedia se define como “la hostilidad hacia las artes, la literatura o la
propiedad ajena, llegando al deterioro e, incluso, a la destrucción voluntaria
de monumentos u obras de gran valor.”
Sin considerar si la intención del grafiti es
dañar o no la ciudad, si es embellecer o
no, si es desafiar un régimen, denunciar un hecho o compartir una emoción o una
propuesta estética con anclaje conceptual y filosófico, el grafiti es sin duda
una muestra inequívoca de una ciudad en movimiento; de una ciudad en la que,
como sucede siempre, en todos los tiempos y países del mundo, se tejen
profundas contradicciones, desamparos y enormes deseos de subvertir y
transformar.
Y es tal su impacto y lo que genera a nivel
urbano y social, que la prensa y la academia no pueden ignorar su existencia y aún
se devanan los sesos construyendo teorías y análisis, algunos estériles, sobre
este fenómeno
¿El grafiti
es arte?
“No compartimos porno miseria, atacamos la
estupidez que nos lleva a ella, no somos salvadores ni mesías, simplemente
exponemos nuestra manera de ver el mundo en el último espacio indomable que le
queda a nuestra civilización: la calle.[5]
Toxicomano
El arte es la mejor herramienta que existe
para lograr una transformación social y política.
Judith Baca
En el libro La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa, responde a esta
pregunta, de manera tajante y definitiva: “En la actualidad todo puede ser arte
y nada lo es, según el soberano capricho de los espectadores, elevados, en razón
del naufragio de todos los patrones estéticos, al nivel de árbitros y jueces
que antaño detentaban sólo ciertos críticos. El único criterio más o menos
generalizado para las obras de arte en la actualidad no tiene nada de
artístico; es el impuesto por un mercado intervenido y manipulado por mafias de
galeristas y merchands que de ninguna
manera revela gustos y sensibilidades estéticas, sólo operaciones
publicitarias, de relaciones públicas y en muchos casos simples atracos.” [6]
Quizás la dificultad para definirlo y
encasillarlo, reside, como señala Vargas Llosa, en la desaparición de unos
mínimos consensos sobre los valores estéticos colectivos, lo que conduce
irremisiblemente a que en este ámbito, en el que se intenta definir qué es arte
y qué no, y cuáles son los límites entre vandalismo artístico, libre expresión
ciudadana y una genuina propuesta estética, triunfe la confusión entre múltiples
miradas y lecturas que se contraponen entre sí y no pueden identificar un punto
mínimo de equilibrio y de aceptable encuentro
o claro desencuentro. Discernir hoy entre una obra que revela alguna cualidad
artística y otra que adolece por competo
de ella, es una labor complicada, profundamente subjetiva, en la que no
obstante, sería imposible adjudicar un valor estético a una propuesta por su
sola intención provocadora. La obra,
para ser obra tiene que dar más, proponer algo y revelar algo, incluso la
contradicción en su propia formulación.
En la actualidad vemos una gran proliferación
de grafiteros que se conforman con hacer un tag,
con dejar una huella –mal o bien hecha- en sitios prohibidos por el sólo hecho
de desafiar la prohibición; no buscan dejar el testimonio de su vago existir y
muchas veces sólo aspiran a ganar un “cierto reconocimiento” ante los demás. Pero
también hay otros que asumen la labor de grafitiar
con mística y rigor, que ven en cada muro desolado de la ciudad una oportunidad
espléndida para interrogar a la sociedad, para confrontar sus creencias y sus nociones
de armonía, felicidad, justicia y belleza o para dejar una obra que contribuya
a sanar el dolor, o a erradicar el olvido. Muchos otros lo hacen porque
necesitan levantar la voz para denunciar, para manifestar sin contemplaciones el
síntoma de una enfermedad que en silencio devora a la sociedad; una sociedad
acrítica, amorfa, cada vez más autista e irreflexiva, que prefiere deambular
-desde la cuna hasta la tumba- entre placebos,
refugios de cristal, , y falsas
nociones de seguridad y amable redención para mantenerse a salvo de las
cuestiones trascendentales que dan sentido a este enigmático trasegar, que
llamamos vida.
Definir el grafiti como “vandalismo artístico”, no es
por tanto del todo cierto, y es una valoración tan injusta y descontextualizada
como subjetiva. Como suele ocurrir ante toda manifestación pública, sea ésta artística
o no, hay quienes la ejercen desde el respeto, la disciplina y la pulcritud hasta
quienes hacen con ella un abusivo alarde de mediocridad. En la práctica del
grafiti intervienen desde artistas curtidos y cuidadosos diseñadores gráficos hasta
desorientados adolescentes que sin esfuerzo, talento ni preocupación, se
dedican a lastimar los muros y espacios de la ciudad. Las diferencias entre
unos y otros se reconocen en sus motivaciones, pero también en los niveles de
pericia, talento, técnica y paciencia que alcanzan a desarrollar en su práctica
constante, pero también se diferencian por los muros que seleccionan para pintar.
Un artista estructurado no vulnera los derechos de los demás, no destruye la
obra de otros, no desconoce el valor histórico de los monumentos y respeta la
concepción estética que cada cual impone sobre su propiedad. Sólo los mediocres
actúan como vándalos.
En el cerrado y elitista mundo del arte, se observa
una tendencia reciente a reconocer el grafiti como una expresión válida dentro
del arte contemporáneo, aceptada por curadores de arte, público y autoridades.
Sin embargo, este reconocimiento, que generalmente se da sobre formas más
complejas de expresión urbana como un mural o un mensaje lúcido, parte, en
buena medida, de percibir el grafiti como una irrupción que subvierte,
cuestiona, provoca y desafía, incluso valores estéticos. En tiempos en los que
el éxito se relaciona con el escándalo, con la posibilidad de imprimir un
carácter novedoso e insólito, capaz de turbar el orden y el sentido del uso
tradicional, la irrupción del grafiti en el exquisito mundo del arte y la
publicidad, tienen su razón de ser. Lo escandaloso -a la vez que resulta llamativo
en el arte y que logra movilizar cuantiosos recursos económicos- también incita
la curiosidad propia de un mundo domesticado pero que siempre anhela provocar y
confrontar.
Sin embargo, no todo grafiti tiene que ser provocador;
es más, ni siquiera tiene que ser bello o bien elaborado ni tiene que perseguir
un fin estético o un anhelo de fama pasajera o de perdurabilidad (casi siempre
se sabe que es una apuesta efímera), porque el grafiti se basta así mismo con
lo que es, con estar, con expresar y comunicar; por ello no requiere de aprobaciones
ni de consensos, incluso, da igual si gusta o disgusta, si aporta a la
reflexión social o si se mañana convertirá en lema de alguna lucha épica. El
grafiti es una expresión de libertad, simplemente, es el sordo grito de un
malestar colectivo, de una sociedad que se mueve, que se recorre, que se
cuestiona y se recrea todo el tiempo, y aunque se pierda entre espejismos de
confort y aspiracionales fatuos e importados, no puede escapar a su realidad, tan fugaz y altiva como la vida misma.
Aún con todos los problemas que conlleva su
práctica y con los desafíos que nos plantea su continuo y brusco encuentro, es
improbable que el grafiti desaparezca y que deje de convocar la atención de
ciudadanos, autoridades, periodistas, críticos de arte y mercaderes de
ilusiones. Es parte de una realidad humana y social que nos revela, sin ápice
de misericordia, los sentimientos que se ocultan en el corazón de la ciudad.
[1] En El Espectador; “¿Arte o vandalismo?: la
discusión del grafiti en Bogotá”. Sección Noticias Bogotá. Noviembre 23 de
2015. Consultado en:
http://www.elespectador.com/noticias/bogota/arte-o-vandalismo-discusion-del-grafiti-bogota-video-601052
[2] El Espectador; La ignorancia es atrevida y
peligrosa. ¿Cómo calificaríamos el reportaje de Juan Diego Alvira en Noticias
Caracol titulado “Graffiti, arte o vandalismo?”. Columna de opinión de “Don
Popo”. Sección Opinión, martes 24 de noviembre de 2015.
[3] Código Penal; Capítulo VIII. Del Daño. Artículo 370.-Del Daño
en bien ajeno. Artículo 371.- Circunstancias de agravación punitiva. Consultado
en: http://alcaldiademonteria.tripod.com/codigos/penal/trcrpnal.htm
[4] Oxford
Dictionaries. Language Matters. Español. Definición de vandalismo.
Consultado en:
http://www.oxforddictionaries.com/es/definicion/espanol/vandalismo
[6] Vargas Llosa, Mario; “La civilización del
espectáculo”. Editorial Alfaguara.
Primera edición en Colombia, abril de 2012. Pág 62.
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