La vorágine venezolana

Los avances que introdujo el comandante Hugo Chávez, en materia de salud, vivienda, educación, tercera edad y cultura, contrario a afianzarse en la república bolivariana de Venezuela, se diluyen en medio de una realidad cada vez más compleja y contradictoria.  No basta con responsabilizar a la voraz derecha de ese país, ni con lanzar ataques contra organismos internacionales que cuestionan- algunos animados por sus propios intereses- lo que está sucediendo. Lo cierto es que la situación es dramática, la población está sufriendo, hay precariedad social y democrática y, hoy más que nunca, hacen falta autocrítica, generosidad y voluntad política.  

El presidente Maduro, que no ha tenido un mandato sencillo, en lugar de garantizar la unidad nacional y procesos judiciales justos y transparentes a sus más violentos detractores, de tratar de fortalecer la economía y el sistema productivo nacional, ha profundizado la polarización y le ha dado argumentos a la perversa oposición para atacar no sólo su gobierno, sino un proyecto político de largo aliento que representa un modelo de Estado destinado a crear una sociedad libre de explotación, más justa, solidaria y equitativa.

La prensa manipula la información, miente, engaña y falsea los hechos; y sólo atravesando la frontera es posible advertir que tan mal están las cosas; claro que hay avances sociales importantes, innegables, pero nadie quiere vivir lo que hoy vive el pueblo venezolano. El sueño del Socialismo Siglo XXI (propuesto en los sesenta por el sociólogo alemán Heinz Dieterich Steffanse y adaptado por Chávez a través de la Democracia Revolucionaria) se desvanece entre torpezas y vanidades. La falta de coherencia y de visión política –sin bloqueo económico- lleva a reproducir la tragedia del pueblo cubano, a desconocer los desafíos del milenio e impide entender que lo que se debe democratizar es el acceso a la riqueza, no la pobreza.

Cerrarle el paso al neoliberalismo es posible; como lo es también evitar la desregularización estatal y el recorte de la inversión social, crear las bases para un genuino Estado democrático social de derecho y combinar la intervención y el control del Estado con el libre mercado. Pero no es con violencia ni con autogolpes (eso es el cierre de la Asamblea Nacional, así sea en respuesta a la actuación golpista de los parlamentarios opositores declarados en desacato), ni con recortes democráticos (Chávez se legitimó una y otra vez en las urnas, pero Maduro se niega a realizar un referéndum) ni con terror y violaciones a los derechos Humanos como se fortalece un proyecto político. De hecho, es una grave contradicción; pues la revolución socialista tiene como eje fundamental el desarrollo del ser humano y es -o debe ser- garante pleno de todos los derechos ciudadanos, sin excepciones.

Sectores fuertes de la oposición, cada vez más iracundos e intransigentes, personalizan el discurso, van por lo suyo, y en lugar de aportar a la solución, se dedican a incendiar su propio país. La crisis es tan profunda, que a estas alturas extender puentes de entendimiento entre los sectores enfrentados parece una quimera; más aún si se considera la falta de voluntad política en las partes enfrentadas para cambiar el rumbo, ceder -negociar lo negociable- y mejorar la situación de su gente. Cada día que pasa aumenta la pobreza, el descontento, la frustración y el desencanto. Es tan absurdo lo que ocurre, que el país con una de las reservas más importantes de petróleo en el mundo, sufre hoy la escasez del combustible, según cuenta la prensa.

La tragedia es tan dolorosa y despiadada que América Latina no puede ignorar lo que ocurre en el hermano país. Llegó la hora de la generosidad y de la grandeza para salvar a Venezuela de su vorágine. El enfrentamiento entre poderes tiene que ser superado por las vías democráticas, legales y constitucionales. El Tribunal Supremo de Justicia (pro gobierno) y el Parlamento (oposición) tienen el deber de actuar de acuerdo a la constitución; deben trascender el discurso político y los intereses partidistas para actuar en beneficio de su pueblo. 

/ Venezuela no necesita que la OTAN, ávida de petróleo, llegue a dar lecciones de democracia, tampoco que la Organización de Estados Americanos (OEA) amenace con aplicar la Carta Democrática Interamericana. Urge respeto a la autonomía de Venezuela y el inicio de un diálogo político, ojalá con la mediación de países amigos.


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