Gobierno sin moral asesta otro golpe a la dignidad nacional
La imagen de ayer, la que copó casi todos los
espacios de la vida nacional y se proyectó ante el mundo, fue en extremo dolorosa,
indignante y perturbadora. Pero también muy diciente.
Un hombre ciego, transportado en silla de ruedas,
herido, convaleciente y dopado, rodeado por al menos una decena de guardias del
INPEC, otro tanto de agentes del ESMAD, engañado e incrédulo ante lo que sucedía
-porque le habían asegurado, luego de más de un año de cautiverio sin pruebas
ni garantías procesales, la libertad que profirió la JEP, ordenó la Fiscalía,
ratificó un Habeas Corpus y un fallo del Tribunal Superior- de repente, luego
de dos minutos de sombría libertad, fue de recapturado ante el espanto, la
impotencia y la sorpresa de sus amigos y amigas, de curiosos y de la misma
prensa, que lo esperaban fuera del penal.
Esta sorpresiva y marrullera maniobra explicó
entonces la injustificada demora de casi dos días para dar cumplimiento con su
perentoria orden de salida. Seguramente le habían exigido al director de la cárcel La Picota que se escondiera, que no diera la cara, mientras lograban tramitar otra
orden de detención y encontrar un juez de garantías que la emitiera a la
velocidad del rayo, con base en un extraño y nada confiable material probatorio
que incluye un vídeo alterado y mal editado.
La guardia expulsó a los abogados de Jesús Santrich,
en otra clara violación a sus derechos, mientras lo regresaban a la prisión, y
así, como estaba, dopado y herido, fue montado a un helicóptero y llevado al
bunker de la Fiscalía, donde lo esperaban solícitos funcionarios listos a dar
cumplimiento con el deber protocolario (y otras veces constitucional) de
legalización de captura. Y así como estaba, aturdido y herido en la piel y en
el alma, incluso en estado de
inconsciencia, fue encerrado en un frío calabozo. Solo en la madrugada del
sábado fue remitido a una clínica en grave estado de salud y con alteración de
la conciencia y de juicio de la realidad: "confuso, desorientado en tiempo
y espacio, disproxesico, con lenguaje incoherente, disátrico y
bradiático", señaló revista Semana. El parte médico indica que “el
paciente debuta con un síndrome mental
orgánico o delirium. Debe descartarse probable intoxicación exógena”.
El gobierno y su cúpula, sus alfiles, peones y sus
palaciegos aduladores, reían, rebuznaban y mufaban: habían burlado el orden
constitucional y acatado mansamente, pero con enorme ingenio y perversidad, la
directriz de su amo del norte. Ahora se sentían dignos y grandes, genuinos
patriotas, casi héroes de guerra.
Podían exhibir ante el mundo el triunfo de su “férrea”
lucha contra el narcotráfico (el mismo negocio que enalteció a varios de sus correligionarios
a la cumbre del poder) representado en un hombre invalido y desvencijado, que se
la jugó por la paz de Colombia y fue traicionado; podían con cinismo sinigual
hacer impúdico alarde de su pequeñez humana, su mediocridad y su falta de moral.
Habían apuñalado el Proceso de Paz, torcido
las leyes, golpeado el Estado Social, vulnerado los Derechos Humanos, pero se
sentían grandes, y mostraban ante el mundo -como si fueran victoriosos matones en
riña de león contra burro amarrado- la
indolencia e insensatez de un gobierno sin juicio ni moral que busca llevar a
todo un país al limbo de la guerra para satisfacer la sed de venganza de su
desquiciado mentor, a quien deben garantizarle impunidad y pleno retorno al poder.
Fue así como de este vulgar modo Colombia pasó, en cuestión de minutos del realismo
mágico al realismo trágico.
Foto de: El Tiempo.
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