Los politicos
Los puedo ver. Casi que puedo escuchar sus risas, el golpe del cristal en sus largos brindis, el tintineo de los hielos y sus sonoras carcajadas cuando entre oscuras apuestas se van repartiendo el país como si fuera una res sin dueño. No todos tienen la fortuna -ni por destino ni por carácter ni por unción- de acceder al corazón visible de ese animal que llamamos poder. Unos tendrán que conformarse con una pata, o con menos, con una pezuña, pero algo es algo, peor es nada. Lo importante es que todos gozan de reconocimiento y admiración en sus pueblos, otros en su regiones y algunos son destacadas figuras públicas a nivel nacional. Disfrutan de prosperas alianzas, de negocios multimillonarios, de lujos que los lleva a creer que han sido favorecidos con una gracia especial; son temible gente de bien en un mundo de bribones. Cuando caminan por la calle, casi nunca sucede, a no ser que se trate de un inconveniente que los obligue a descender o a subir a la camioneta blindada frente a l...