Los politicos


Los puedo ver. Casi que puedo escuchar sus risas, el golpe del cristal en sus largos brindis, el tintineo de los hielos y sus sonoras carcajadas cuando entre oscuras apuestas se van repartiendo el país como si fuera una res sin dueño. No todos tienen la fortuna -ni por destino ni por carácter ni por unción- de acceder al corazón visible de ese animal que llamamos poder. Unos tendrán que conformarse con una pata, o con menos, con una pezuña, pero algo es algo, peor es nada. Lo importante es que todos gozan de reconocimiento y admiración en sus pueblos, otros en su regiones y algunos son destacadas figuras públicas a nivel nacional. Disfrutan de prosperas alianzas, de negocios multimillonarios, de lujos que los lleva a creer que han sido favorecidos con una gracia especial; son temible gente de bien en un mundo de bribones. Cuando caminan por la calle, casi nunca sucede, a no ser que se trate de un inconveniente que los obligue a descender o a subir a la camioneta blindada frente a la mirada de los curiosos o en tiempo electoral –ahí si se untan de pueblo, así sea desde una tarima-, la gentecita los mira con fascinación, los señala, los saluda, les pide, les agradece por nada, los llama ‘doctor’ o ‘doctora’. Y ellos -o ellas- henchidos de vanidad sonríen pero también se espantan y a veces huyen, no sea que a esa prole amarga le de por cobrarse alguna cuestión, cosas propias del quehacer político, aseguran, y de verdad lo piensan así; y es entendible, si se dieran el lujo de la conciencia no podrían dormir, menos soñar. Cuando logran su cometido y resultan elegidos para ocupar un cargo, cualquiera da igual aunque siempre quieren más, desaparecen de las calles, se esfuman, eventualmente se los ve mojando prensa, a veces lidiando con alguna demanda, argumentando que todo fue a sus espaldas o que se trata de una persecución política orquestada por la oposición. Sólo vuelven a descender de la pantalla del televisor en tiempo preelectoral.  Como ahora, que los vemos saltando de bolsillo el bolsillo, estrenando sonrisas, jurando y lamiendo, desollando y abrazando, erguidos como pavos, convencidos de que la idiotez del pueblo es una manta larga sin principio ni final que siempre los va a arropar con su voto. Así ha sido históricamente, y no hay razón para que sea diferente esta vez, piensan en soledad. Lo piensan y lo creen porque no se han dado cuenta que el mundo gira y que lo que ayer fue sumisión hoy es o mañana será sublevación. Y ese pueblo ignaro algún día se cansará de sufrir y de lamer la bota de su verdugo, se pondrá de pie, erguido y altivo, recordara las conquistas de los abuelos y sabrá que el verdadero poder es ese animal furioso que recorre sus venas y alimenta su brioso corazón. Ese día hasta el sol temblará de espanto y de emoción.

Nota// ¿Por qué  a los integrantes del poder judicial los eligen justamente aquellos a quienes la justicia debería investigar?


//Ilustración tomada del portal cartasaldirector.org. España, 1 de mayo de 2014.

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