Chile arde (2)
Santiago de Chile amaneció humeante y militarizada. Las
imágenes de la ciudad que circulan por redes sociales nos regresan a los
aciagos días de la dictadura militar, con sus calles roñosas, sucias, de cristales
rotos, ciclas calcinadas y olor a batalla. Se respira temor, hay tensión en el
ambiente, pero también una extraña y desconocida sensación recorre los túneles oscuros
donde fueron incendiadas 20 estaciones del metro; hay algo que se contagia en
el aire, que circula en redes -pese al control del internet y de la tv- un algo
que podría pensarse como el eco de un grito de resistencia o como la esperanza
que desplaza de un solo golpe la resignación.
El presidente Piñera dijo hace un par de días, que había escuchado
"con humildad la voz de la gente", poco después de reversar el alza en
la tarifa del metro y decretar el estado de emergencia y el toque de queda en
varias ciudades del país. Anoche afirmó ante la prensa que el país está en
guerra. Y esto dicho en labios de un mandatario que no sabe como contener un
furioso y postergado estallido social, aterra. ¿En guerra? Si, en guerra ha
dicho. “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso -afirmó- implacable, que
no respeta a nada ni a nadie, que está dispuesto a usar la violencia y la
delincuencia sin ningún límite, incluso cuando significa pérdida de vidas
humanas, que está dispuesto a quemar nuestros hospitales, las estaciones del
metro, nuestros supermercados, con el único propósito de producir el mayor daño
posible a todos los chilenos; ellos están en guerra contra todos los chilenos
de buena voluntad que queremos vivir en democracia, con libertad y en paz. Hoy
no es tiempo de ambigüedades y llamo a todos los compatriotas a unirnos en esta
lucha contra la violencia, contra la delincuencia”.
¿Es guerra del establecimiento
y del poder político contra el pueblo, contra el poder popular? Esa es la
guerra que desata y asume el presidente Piñera, porque las revueltas tienen un
origen común, único, y es la fatiga de un pueblo vilipendiado, manoseado y
arrojado a estados de pobreza y desesperanza casi que absolutos. Hoy lo que
enfrenta Chile no es una amenaza terrorista de desadaptados. Es el descontento
y la furia de las mayorías nacionales que han vencido su miedo a protestar y a
exigir derechos; que por fin han despertado.
El Presidente dice que el país está en guerra (sin
especificar guerra de quiénes contra quienes), pero el general Javier Iturriaga,
jefe de la Defensa Nacional, asegura ser un hombre un feliz, y no estar en guerra con nadie. Piñera parece no entender que la única guerra
que debe declarar su gobierno es contra la injusticia social, la pobreza y el
hambre de su pueblo. No contra su gente.
Hoy miles de manifestantes se concentraron en las
principales plazas de Santiago para responder al llamado de huelga general, convocado
por más de una veintena de organizaciones sociales y sindicatos. Bajo un cielo
gris y más opaco de lo habitual, quizás a causa del humo de los incendios y de
las detonaciones, se elevaron varias consignas enardecidas: “Chile resiste”, "Que
se vayan los milicos", "¡Chile despertó!", “Piñera renuncia”, “¡Fuera
el FMI!", gritó la gente frente a los Carabineros y de espaldas a los
asustados ciudadanos que prefieren observar a través del cristal la lucha de
quienes claman por sus derechos.
En Instagram alguien resumió el sentir popular: “Los
chilenos nos cansamos de la injusticia, de sufrir la desigualdad, un servicio
de salud indigno, una seguridad que no resguarda a nadie, una justicia selectiva
que castiga a unos pocos pero nunca toca a los poderosos; y nos cansamos, sobre
todo, de rompernos el lomo y que no alcance a fin de mes. Nos cansamos de que
nos sigan metiendo el dedo en el ojo”.
La gran prensa muestra las calles convalecientes, los
incendios en los edificios, los desmanes en los negocios y los estudiantes
arrastrados hacia patrullas de la policía. Se habla de más de mil detenidos, 11
muertos, 30 heridos y millonarias pérdidas materiales. En las redes sociales se
observa el excesivo uso de la fuerza de los Carabineros, los asesinatos, pero
también se han visto uniformados que lloran y se abrazan con los manifestantes
en un pacto de no violencia. Varios sectores le han exigido al gobierno que
asuma una posición clara con planteamientos concretos. Pero hasta ahora no les ha
respondido. Pocos medios muestran la dramática realidad del pueblo trabajador,
sus miserias y sus angustias cotidianas, la tenebrosa desprotección en la que
se encuentra; las profundas y justas razones para su descontento.
La maestra Camila Vicuña, envió esta tarde un nuevo mensaje
desesperado. “Hoy da miedo asomar a la calle. Las personas hablan con fatiga y
se preguntan ¿dónde quedó el Nunca más de Piñera? Es evidente que existen
grupos violentos contratados para dividirnos, para provocar caos, vandalismo y
desorden y así justificar la represión y las medidas extremas de un mandatario
acorralado. Continúan las quemas de supermercados, de centros comerciales, de
buses, de llantas, y estas acciones nos dividen porque los chilenos queremos y
necesitamos un cambio, pero no toleramos la violencia. Desde las plazas, las
calles y las ventanas hacemos un llamado a protestar, porque es un deber, pero
sin violencia. Sabemos que las cosas tienen que cambiar, que este estallido
social es un paso difícil, costoso pero necesario para proponer otra forma de vida.
Quienes sufrimos y vivimos la dictadura estamos temerosos,
las imágenes que vemos en las calles y en la prensa nos regresan en el tiempo,
y un escalofrío nos recorre todo el cuerpo. Los jóvenes no entienden el terror
que nos embarga, tampoco el significado político del toque de queda, para ellos
es una innecesaria prohibición a su libertad de expresión. No entienden muchas
cosas, pero saben, como todo el país, que las cosas tienen que cambiar.
Me asusta mucho escuchar los helicópteros, para mí son
sinónimo de muerte. Escucho bombazos a los lejos, las cacerolas, una vecina me
cuenta que encontraron dos cuerpos calcinados al interior de un supermercado
saqueado, tengo miedo. No quiero regresar a ese Chile del que tuve que huir en
el pasado, a ese miedo húmedo que se colaba en la mirada y nos obligaba a
caminar con la vista clavada en el piso para no provocar, para no parecer, para
no desaparecer.
El mundo y los organismos internacionales tienen que
saber que no hay una guerra interna en Chile. Lo que hay es un conflicto social
postergado durante décadas de malos tratos, de promesas incumplidas y de
silenciosa represión, cuyo protagonista es un pueblo decidido que hoy clama y
exige justicia social”. Hoy tenemos resistencia popular y violencia estatal.
Paula Jara, una artista plástica que vive en
Concepción cuenta lo siguiente: “Hay mucha desinformación, pero la crisis es
real, es profunda y es de hace décadas. Chile no da más, es una pantalla de politiquería,
de derecha e izquierda que no sirven para nada ninguno de los dos, y hoy día la
gente está descontenta. Estoy super orgullosa con lo que esta pasando, estoy
contenta con todo el desmadre que hay, aunque no puedo ni salir de casa, ni
nada, pero está bien, ya es tiempo, saquemos la mierda de una vez. Es compleja
la situación, es muy grande, no podemos meter años de historia en una frase.
Chile es un país maltratado, abusado, violado, que creció sin conciencia
política, que sumó 30 años de inconsciencia a 17 de dictadura, y finalmente se
ahogó en su propia historia. Por eso este estallido es tan rotundo, tan
furioso, tan extremo, violento y definitivo”. Nada será igual porque esta vez el
pueblo será escuchado.
PD//: El escritor chileno Jorge Baraditt compartió en Instagram
una triste imagen, tomada en la comuna de Ñuñoa, al nororiente de Santiago.
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