Élite: una serie tan deprimente como el caso Colmenares
Luego de ver la exitosa y muy recomendada serie española "La casa de papel", con su extraordinaria producción, magnífico desempeño actoral y buen manejo de un suspenso que nos mantiene ansiosos y curiosos sobre la suerte de sus infelices protagonistas, pero sin encontrar un solo aporte capaz de afectar la rutina o de enriquecerla y ni una sola reflexión que amerite un detenido repaso mental, acepté la sugerencia de Netflix de ver otra serie española en la que trabajaban algunos de los mismos actores y actrices que protagonizaron “La casa de papel”.
Se trata de
Élite, una serie de adolescentes que lo único que deja es preocupación y
desolación en el alma. A lo largo de dos temporadas, de ocho capítulos cada
una, se narra la historia escolar, familiar y personal de varios chicos y
chicas de 16 años, supuestamente, pero que ya no son niños ni siquiera adolescentes
plenos. Son unos sociópatas en potencia. Unos personajes oscuros y siniestros, mezquinos
y carentes de virtud, capaces de todo, sin timideces ni miedo ni respeto por
nadie ni por ellos mismos, desarrollan su vida en el ostracismo moral; una vida
de la que parecen ajenos o cómplices los adultos que les rodean. Los chicos son tan opacos, retorcidos y ajenos a lo que recordamos o suponemos de la
infancia que resulta posible que la innoble casa de los Borgia y los
emperadores romanos del linaje de Julio César, como Calígula, Claudio o Nerón, con todo y sus perversidades, fuesen pequeños
monstruos llenos de ingenuidades en comparación con estos perversos adolescentes.
Viendo la serie, con enorme dificultad pero ansiosa por conocer la identidad de la adolescente que sería asesinada en un ataque de ira por uno de sus compañeros de clase, recordé el caso Colmenares, y tuve la plena certeza de que así murió Luis Andrés, con un golpe rabioso y en extremo violento sobre su cabeza, uno que le hundió el hueso frontal y logró el desprendimiento de parte de la masa ósea, no tengo la menor duda, y así como los asesinos, sus cómplices y sus familias no de élite nobiliaria o empresarial, solo de dinero y espíritu mafioso-arribista pactaron su silencio, así mismo, y bajo esas mismas prácticas corruptas se propusieron evadir la justicia y escupir con total cinismo e indolencia el rostro de las víctimas.
La serie
plantea la existencia de una juventud rota por dentro, sin grandes intereses ni
preocupaciones, salvo aquellas que sirven para nutrir su perversidad y su peligrosa
vanidad. Son chicos que se han desconectado del mundo, que solo chupan de él lo
que les sirve como vampiros hambrientos, que poco se preocupan por la realidad
del planeta y que llevan una vida sin sentido que se ahoga en aburridas y
planas rutinas de orgias permanentes, sexo barato y estéril, violencia en todas
sus formas, arribismo, miseria humana y moral en medio de una opulencia
ofensiva y fulgurante.
Resulta triste
ver la decrepitud humana en tiempo de infancia, ver chicos que se portan como
adultos derrotados y frívolos, que se dañan unos a otros por placer, que evaden
sus responsabilidades dominados por los costosos espejismos de las drogas, la
lujuria y el alcohol, que jamás se miran ni se escuchan ni se cuestionan; que
torpes, cansados y avejentados se recrean en la más explícita degradación moral
de una sociedad alienada; un sistema en el que las mayorías mal viven en
función del fetichismo de la mercancía -sea humana o material-, consume escándalos,
se alimenta de la tragedia ajena y desecha todo aquello que les recuerde que la
vida no es solo consumo irracional o diversión, también es misterio,
frustración, búsqueda, silencio, dolor y momentos de introspección para conocernos
y reconocernos en nuestra verdadera y humana dimensión.
De no ser
por el caso Colmenares y por las llamadas interceptadas a los estudiantes que protagonizaron el brutal homicidio de Luis Andrés cuando celebraba la noche de
Halloween con sus compañeros de clase, pensaría que Élite dibuja una ficción
distópica de un mundo inalcanzable; donde se impone una realidad social, humana
y política degradada hasta su más bajo nivel, se provoca
sufrimiento sistemático a las mayorías para placer de las minorías, y triunfa
la amnesia selectiva en el auge de una inescrupulosa y cruel tiranía que domina
el mundo, las leyes y la vida.
Si ese es
el mundo que estamos construyendo o mejor aún, destruyendo, no solo hay que
replantear el rumbo político y social, hay que retar el olvido y recordar con
toda la fuerza posible lo que fue, lo que fuimos y prometimos ser. Hoy urge no
solo salvar la Tierra de la destrucción de sus principales depredadores:
nosotros, los humanos; es necesario, antes de apagar y partir, revolucionar
nuestro sistema cultural para que el pensamiento profundo no sea sinónimo de
aburrimiento, sino puerta hacia la única libertad que vale la pena conquistar:
la de nuestra propia conciencia.
Comentarios
Publicar un comentario