El hombre de atrás II (Déjà vu sistemático)
Entre el 2009 y 2011 estalló el escándalo de las
interceptaciones telefónicas ilegales realizadas por el DAS, la principal
central de inteligencia del país, que reportaba directamente al presidente de
la república; la misma entidad que años atrás se había convertido en una
empresa criminal al servicio del paramilitarismo, entregando las listas de las
personas que debían ser protegidas para que fueran asesinadas, eliminando los
antecedentes de narcotraficantes y paramilitares, y realizando montajes judiciales
contra opositores políticos, investigadores sociales y periodistas,
interviniendo las comunicaciones de voces críticas y defensores de derechos
humanos e instalando micrófonos en la Sala Penal de la Corte Suprema de
Justicia. El DAS fue desmotado, se le cambió de nombre, y sus archivos, en una
operación de sortilegio fueron desapareciendo, uno a uno, del Archivo Nacional
donde habían sido “resguardados”. Nadie lo impidió.
En 2014 se destapó la llamada Operación Andrómeda,
en la que unidades de inteligencia del ejército habían hackeado las
comunicaciones de los negociadores de paz del gobierno que participaban en
conversaciones con las FARC en Cuba. Por estos hechos 20 uniformados fueron
separados de la institución, el hacker Sepúlveda, quien trabajaba en la campaña
del anterior candidato del uribismo, Oscar Iván Zuluaga, fue silenciado y
condenando a 10 años de prisión, y los 11 agentes señalados de ser los
responsables de la fuga de documentos secretos, incluyendo una lista de
periodistas vigilados encontrada en la Central de Inteligencia militar, apenas
si fueron interrogados. La Comisión Especial de Investigación interna creada
por el ministerio de Defensa, estableció un protocolo para que estos hechos
irregulares no se repitieran; protocolo que solo quedó consignado en una
cartilla de papel que al parecer nadie leyó. Todo siguió igual o peor.
Para la presidenta del Colectivo de abogados José
Alvear Restrepo, la jurista Soraya Gutiérrez, las revelaciones hechas por
Semana confirman que se trata de una práctica sistemática.
“Estas acciones hacen parte de una cadena de
operaciones ilegales que han persistido en las fuerzas militares que incluyen
delitos de corrupción perpetrados al interior del Comando General de las
Fuerzas Militares, el Comando Conjunto de Inteligencia, la Jefatura de
Inteligencia y Contrainteligencia del Comando General de las Fuerzas Militares,
y acciones de interceptaciones realizadas durante varios años que incluyen la realizada por el Ejército
Nacional a través de la “sala gris” que funcionó en la Central de inteligencia
y Contra Inteligencia Militar -CIME- y
la “sala Andrómeda” que funcionó
en un local ubicado en el sector de Galerías y que tuvo entre otros objetivos
la interceptación a los negociadores de La Habana.
En el marco de estas investigaciones el hacker
Andrés Sepúlveda hizo presuntos señalamientos contra el expresidente Uribe
Vélez, como lo han publicado varios medios de comunicación, y esto habría
motivado la apertura de una investigación preliminar y la orden de inspección y
allanamiento ordenada por la Corte Suprema de Justicia en cabeza de la
magistrada Cristina Lombana que tuvo lugar el 18 de diciembre de 2019 en las
instalaciones del Batallón de Ciber Inteligencia (Bacib) y al Batallón de
Contrainteligencia de seguridad (Bacsi) ubicados en Facatativá. Fue
precisamente en este allanamiento donde se habría encontrado innumerable
información de “perfilamientos” seguimientos, vigilancias, interceptaciones y
de los cuales fueron víctimas integrantes del Cajar. Cabe recordar que estos
batallones hacen parte de las Brigadas de inteligencia militar, que dependen
del Comando de apoyo de inteligencia Militar (Caime) y del comando de Apoyo de
Contrainteligencia Militar (Cacim)”[1].
Es importante para el país la desclasificación de
los archivos de inteligencia para que se conozca la verdad sobre las
violaciones cometidas en el marco de operaciones encubiertas y de inteligencia
ilegal. “Nos sumamos a la petición efectuada por la Comisión de Esclarecimiento
de la Verdad (CEV) que solicitó al ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo,
la entrega de los documentos relacionados con los seguimientos y espionajes
informáticos, “a fin de esclarecer la verdad histórica y de ética pública
subyacente”, afirmó.
Los ciudadanos perfilados no son criminales y no
son espiados porque se sospeche que podrían serlo. Todo el entramado es de una
ilegalidad insuperable. Se trata de una persecución política, que incluye la
estigmatización ideológica y la desviación de recursos públicos para espiar ciudadanos
sin antecedentes judiciales, que se caracterizan por tener un pensamiento
crítico, cuestionar los modos autoritarios del gobierno, no callar ante los
crímenes de Estado, exigir resultados en las investigaciones y avances reales
en los procesos judiciales, protección efectiva a los líderes sociales y
combatientes desmovilizados, y, sobre todo, la cabal implementación del Acuerdo
de Paz, y autonomía en las ramas del poder público. “Los periodistas, los
defensores de los derechos humanos y los militares informantes no deben ser
tratados como “enemigos internos. Ellos están haciendo un trabajo importante y
válido para promover la paz y defender las prácticas democráticas, en un
momento crucial para la seguridad de Colombia. Los militares deben reconocer
esta labor como legal y legítima, y como esencial para ayudar a las fuerzas
armadas a hacer mejor su trabajo, en un momento en que dicha institución corre
el riesgo de ser golpeada por la corrupción y el pobre liderazgo”[2].
Esta distorsión entre los objetivos de seguridad y
defensa, entre lo que es y cómo debería funcionar la ley de inteligencia del
Estado, podría indicar que detrás de este operativo criminal, sistemático y
varias veces denunciado, hay una intención política, un afán por intimidar, silenciar
y descalificar a quienes exigen al Estado colombiano el cumplimiento de sus
deberes. Se trata de una agenda paralela dentro del mismo Estado. La extrema
derecha colombiana, comprometida con la defensa de un proyecto político
antidemocrático y autoritario, se ha propuesto impedir que se realicen las
transformaciones estructurales que requiere el país para salir de la
encrucijada de la guerra, fortalecer el sistema de justicia, mejorar las
condiciones de vida de las mayorías pauperizadas y, consolidar un genuino
Estado social de derecho que aminore la profunda y obscena brecha social que
hace que Colombia siga siendo uno de los cinco países más desiguales del
planeta.
Esta política sistemática de acoso a la oposición
política no puede ser tolerada en ninguna democracia, debe existir algún
mecanismo de veeduría y control sobre los organismos de seguridad del Estado
para que, sobre la base de principios democráticos, libertades civiles y
defensa de los derechos humanos, se impongan límites éticos, operativos y
judiciales a la función de inteligencia. No hay proporcionalidad entre el fin y
el método, ni se le ha revelado al país toda la verdad. Los operarios que
participan en este entramado, no actúan por cuenta propia, ni siquiera un
general. Hay una cadena de mando y una orientación política y operativa
precisa, que permite crear y sostener una doctrina que se fundamenta en la
persecución por motivos políticos e ideológicos.
Que se trate de un capítulo reiterativo en nuestra
historia, que cambien las fechas y algunos rostros pero que se sigan vulnerando
derechos y valores democráticos en Colombia, no solo nos confirma que ello
ocurre y se repite porque las condiciones lo permiten, también que urge una
depuración al interior de las Fuerzas Militares y de policía, pero además de
ello, es imperativo revelar la matriz de la estructura criminal.
La persecución política en Colombia ha tenido como
principal ejecutor al Estado y sus instituciones, civiles y castrenses al más
alto nivel, y decirlo no es novedad. Y tampoco es casual, ni se trata de
‘manzanas podridas’, ni de hechos aislados o de la repetición insubstancial de
una práctica instaurada en el pasado por oficiales rebeldes a una línea de
mando. No. Estos procedimientos hacen parte de la matriz de un proyecto
político que se sustenta en conceptos autoritarios y represivos, propios de una
dictadura civil o militar. Las consabidas campañas públicas de desprestigio, la
creación de perfiles falsos en redes sociales, el acoso cibernético, el uso de
drones, la compra de falsos testigos, los asesinatos selectivos, los montajes
judiciales, el espionaje y la interceptación ilegal de comunicaciones, la
contrainteligencia, el acoso y los actos de intimidación, entre otros, se
producen de manera sistemática.
En algunos sectores del país existe una perversa
concepción acerca del funcionamiento del Estado, en la que se legitima el
crimen y se asume como practica connatural a la función pública de mando,
incluso se considera necesaria en aras de la estabilidad institucional a fin de
perpetuar un modelo de gobierno excluyente dentro de un proyecto político
autoritario. Y algo así solo es factible desde el Estado, desde una precisa y
articulada forma de criminalidad de sistema que permita actuar a la sombra y
evadir responsabilidades.
El crimen de sistema no es una estrategia aislada
ni fortuita, es una política de Estado que requiere planificación y
organización, estructura de mando, asignación de roles (diseño y ejecución),
una composición operativa para ejecutar órdenes y brindar directrices, y, por
supuesto, pleno respaldo oficial. “Los crímenes de sistema incorporan un rol
mediato de políticas y prácticas institucionales, incluyendo aquellas
necesarias para garantizar su impunidad”[3].
Cuando en Colombia nos preguntamos ¿quién dio la
orden de ejecutar a 5.763 jóvenes para presentarlos como guerrilleros caídos en
combate, en esa siniestra práctica conocida como ‘falsos positivos’? ¿Quién dio
la orden de poner el DAS al servicio del paramilitarismo? ¿Quién dio la orden de
perseguir a la oposición política y poner micrófonos en la sala penal de Corte
Suprema de Justicia? ¿Quién dio la orden de convertir una casa del barrio
galerías en sede de la Operación Andrómeda y chuzar a los negociadores de paz
en La Habana? ¿Quién dio la orden de los entrampamientos a guerrilleros
desmovilizados y líderes políticos de oposición? ¿Quién dio la orden de pagar
falsos testigos y hacer montajes judiciales? ¿Quién dio la orden de desviar
recursos estadounidenses para vigilar y espiar a 130 ciudadanos
colombianos? ¿Quién está detrás de estas
prácticas sistemáticas?
No son los mandos medios que terminan expulsados
de las instituciones militares, tampoco los empleados que deciden auto
inmolarse (porque no tienen opción) ante el altar de justicia cuando la
evidencias sobrepasan cualquier alegato de inocencia o defensa política. Ellos
no son. Es el hombre de atrás, al autor mediato.
Cuando hacemos referencia al autor mediato
hablamos de quien desde la sombra instrumentaliza a terceros, sobre quienes
tiene ascendencia, dominio y control, y con quienes comparte una afinidad
ideológica, para que sean ellos quienes ejecuten sus instrucciones criminales e
ilegales, contando además con diversos filtros humanos que garanticen que ante
un fallo en el sistema de encubrimiento un mando medio o bajo asuma las
responsabilidades penales, nunca el cerebro de la operación, el hombre de
atrás, el Nro. 1, el único protagonista en una estructura de poder, quien desde
el mismo Estado, y valiéndose de sus recursos, logra ejecutar un proyecto
criminal. No un simple crimen. Un proyecto.
El reconocido jurista alemán, Claus Roxin formuló
en 1963 la teoría de la “autoría mediata por dominio de un aparato de poder”,
que, según afirma, por ser contraria al ordenamiento jurídico estatal, debía
corresponder a un “Estado dentro de un Estado”. La primera forma básica de
autoría mediata “acontece cuando aquellos que ostentan el poder estatal, con
ayuda de organizaciones subordinadas a ellos, cometen delitos, pues usualmente
solo es el poder estatal aquel que puede actuar al margen de la ley, e incluso
se verá facilitado cuando no estén vigentes las garantías del Estado de
derecho”[4].
Colombia, pese a la recurrencia de sus prácticas
criminales, no se ha atrevido a llegar al fondo de la historia para revelar la
identidad del hombre que mueve los hilos. Y cuando hablamos de llegar al fondo,
no nos referimos a la necesidad judicial de esclarecer los crímenes y los
hechos aislados, y sancionar a quienes ejecutan los planes criminales, sino a
la necesidad de determinar “el continuo de poder entre determinadores y
seguidores para revelar las políticas, prácticas y contextos que determinaron
(o facilitaron) la perpetración de abusos de manera sistemática o generalizada.
La tarea del aparato de investigación y de juzgamiento no es “la de
sencillamente describir la comisión del acto criminal, sino la de elucidar la
operación de los elementos de la maquinaria criminal””[5].
Y es allí a donde tenemos que llegar.
Hay un refrán romano que dice “todos los caminos
llevan a Roma”, y en Colombia frente al aparato criminal vigente, se podría
decir que conducen al expresidente Álvaro Uribe Vélez, de hecho, sería extraño
que no fuera así, pero eso es algo que tendrá que dilucidar la justicia, lo
cierto es que debemos ir más allá de su nombre y pequeña estatura para
encontrar la matriz de un proyecto que aniquila la democracia y aborta todo
ideal de paz.
Aquí los caminos del crimen y la infamia apuntan
en una sola y clara dirección, pero mas que un individuo con poder político,
financiero, tal vez armado, y hasta la fecha inmune a la acción del justicia,
se trata de una apuesta política, de una concepción de país que se opone
radicalmente al ideal de justicia, democracia y firme defensa de la vida y de
los derechos humanos que requerimos para consolidar una paz real, una paz
total.
Mientras la justicia no tome en serio y con valor
la decisión de investigar y revelar el nivel de cooptación del Estado por
poderes mafiosos y criminales, antidemocráticos y militaristas, estos hechos
seguirán repitiéndose, seguirá la oposición política y la prensa libre espiada,
perseguida, chuzada o desterrada, el nivel de impunidad se mantendrá entre el
90 y el 97%, y en la cúspide del poder, a la sombra y al amparo de la
institucionalidad, permanecerán los hombres de atrás moviendo los hilos de
nuestra historia.
Nota// El espionaje ilegal es un ataque al periodismo
como valor social y democrático, pero es también una violación al derecho que
tiene toda la sociedad de recibir información veraz, libre y oportuna. Cuando
se mata la libertad de prensa se mata la democracia.
[1] Soraya Gutiérrez; “La
inteligencia ilegal: ¿una política de Estado?, ¿quién dio la orden?”. Gutiérrez
es abogada penalista y presidenta del Colectivo de Abogados José Alvear
Restrepo.
Consultado en:
https://www.pulzo.com/opinion/interceptaciones-ilegales-periodistas-hechas-ejercito-nacional-PP893863?fbclid=IwAR0nAYhHuZfrNSSYCm4MpjpCz-iFWXcW_UrkpSP4y5w2QG_X-HADOEabtEk
[2] Wola; “El espionaje ilegal
por parte del ejército colombiano es inaceptable”. Pronunciamiento. Mayo 5 de
2020. Consultado en:
https://www.wola.org/es/2020/05/espionaje-ilegal-ejercito-colombiano-inaceptable/
[3] Reed, Michael; “Elementos
de peritaje. Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso 12.531. San José de
Costa Rica, 26 de enero de 2010
[4]Omar Huertas Díaz; Carolina Amaya Sandoval; Germán Darío Malte Ruano;
“Autoría mediata a través de aparatos organizados de poder. Tras la sombra del
mando fugitivo: del dominio y la instrumentalización del delito”. Opinión
jurídica. Universidad de Medellín, 17 de febrero de 2013.
[5] Office of the United
Nations High Commissioner for Human Rights, Rule-of-Law Tools for Post-Conflict
States, Prosecution Initiatives, HR/PUB/06/4, 2006. Tomado de Reed, Michael;
Elementos de peritaje. Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso 12.531.
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