El hombre de atrás III (Doctrina, práctica militar y crimen de sistema)
La historia de
Colombia podría sintetizarse en la imagen del Uróboros, aquel símbolo
tradicional de la serpiente que muerde su propia cola, creando un círculo sin
fin: el ciclo eterno de la violencia naturalizada, la corrupción consentida y
la sistemática violación a los derechos humanos que desde el aparato de poder
se perpetúa y se repite sin compasión en el país. En la mitología nórdica la
serpiente Jörmundgander crece tanto, tanto, que logra abrazar al mundo
entero. En Colombia crece tanto que ha logrado definir -o cooptar- nuestra
historia y casi, casi, asfixiar nuestros sueños.
Hace varias semanas estalló un nuevo escándalo de chuzadas en el país,
uno más, de tantos. Se supo que un sector de las Fuerzas Militares, nada
extraño, había intervenido las comunicaciones de periodistas, defensores de
derechos humanos, líderes políticos, sindicalistas, parlamentarios, incluso de miembros
de la propia institución castrense, grabado sus conversaciones y definido un
perfilamiento de ciudadanos, que, sin antecedentes judiciales, eran vigilados
debido a sus convicciones y actividad política. Desde diversos sectores, tanto
dentro como fuera del país, se reclamaron investigaciones, se pidió establecer responsabilidades,
llegar al fondo de la verdad e imponer sanciones. No hubo medio de comunicación masivo o
independiente que no hablara de las “carpetas secretas” y no se preguntara a
quién iba dirigida la información recolectada y con qué fin se estaba llevando
a cabo esta violación a los derechos ciudadanos; una práctica sistemática, que
de vez en cuando, al hacerse pública, se convierte en un escándalo que perdura algunas
semanas, dejando muchas dudas sobre la fortaleza y el carácter genuino de
nuestra democracia.
Este hecho, divulgado por la revista Semana, era conocido de tiempo
atrás por el Gobierno Nacional, que en silencio venía realizando extrañas
maniobras al interior de las Fuerzas Militares, como haber aceptado el retiro
del general Nicacio Martínez en diciembre del año pasado, alegando razones
personales, justo seis meses después de su impuesta designación, desoyendo
reclamos y denuncias que lo comprometían en diversos delitos de corrupción y
malversación de fondos y en ejecuciones de ‘falsos positivos’ cuando estuvo al
frente de la Décima Brigada Blindada. Aún no hay una explicación convincente
para su intempestivo retiro.
La pregunta, la misma pregunta que nos hacemos desde hace seis, nueve,
once años, sigue sin ser respondida: ¿Quién ordena espiar en Colombia? Desde el
gobierno y sus Fuerzas Militares se evade la respuesta, se niega, se oculta. No
quieren -o tal vez no pueden- decir quienes ordenaron, quienes son los hombres
de atrás que instrumentalizan a terceros para delinquir. Aún se piensa desde el
alto gobierno que sanciones parciales o unas cuantas cabezas caídas son
suficientes para saciar la sed de verdad y de justicia de sus contradictores
políticos y de la inquisitiva prensa. La apuesta, al parecer, no es llegar al
fondo y evitar que estos hechos se sigan repitiendo, es calmar la tormenta
política con el sacrificio de algunos hombres, sin afectar la estructura de
poder criminal que promueve estas acciones y, que incluso, logra valerse de los
recursos del Estado para financiar estos operativos. ¿Quiénes tienen acceso e
incidencia en las finanzas del Estado y pueden disponer de los recursos
extranjeros?
Para el gobierno era tan previsible el escándalo e imposible de ocultar (ya
había llegado a la prensa, y se sabía, pese al lobby hecho, que lo soltaría en
“el momento correcto”) que el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo no
tuvo más remedio que salir a los medios a confirmar “los indicios de
irregularidades en inteligencia militar”, e informar que se estaban realizando “cambios
en la estructura de mando del Ejército (…) para dinamizar y mejorar las
operaciones y los procesos de inteligencia”.
Pero ello no bastó. La investigación de revista Semana informaba que se habrían
usado dineros públicos para hacer seguimientos informáticos y “perfilar” a más
de 130 personas entre febrero y diciembre de 2019; personas sobre las cuales no
existían razones legitimas para el seguimiento, aunque todos tenían un común
denominador: no ser cercanos al uribismo; algunos hacían parte de partidos
políticos de oposición, defendían los derechos humanos, cuestionaban el
gobierno, y no tenían relación con mafia ni paramilitares, además, defendían el
Acuerdo de Paz y la salida negociada al conflicto armado.
El ministro de Defensa anunció entonces que diez oficiales del Ejército
habían sido apartados del servicio activo, y que un brigadier general había
solicitado su retiro de manera voluntaria. “Estos retiros se dieron -dijo
Trujillo- en medio de las investigaciones que se vienen haciendo por denuncias
de hace meses sobre el presunto “empleo irregular de las capacidades de
inteligencia militar" y con el fin de cumplir la Política Institucional de
"cero tolerancia con la ejecución de conductas al margen de la ley"
se tomaron estas medidas”[1].
Sin embargo, ni el ministerio de Defensa ni el Comando de las Fuerzas Militares
dieron a conocer cuáles eran los cargos de los oficiales retirados ni su
identidad. Omisión que, con el tufo del encubrimiento, generó suspicacia.
Las decisiones adoptadas seguían siendo insuficientes. ¿Quién ordenó los
perfilamientos ilegales? era la pregunta que desde el gobierno y las Fuerzas
Militares nadie quería responder. ¿Cuánto dinero se había desviado para la
actividad ilegal?
El diario estadounidense The New York Times se refirió en su
informe al uso de recursos que el gobierno de Estados Unidos entregaba para la
lucha contra el terrorismo y, principalmente, el tráfico de drogas, para
"viejas prácticas" de espionaje, que incluía, a la misma prensa
estadounidense. No eran un hecho nuevo. En 2011 el diario The Washington
Post denunciaba que la ayuda económica enviada por el gobierno de Estados
Unidos para la lucha contra el narcotráfico y la guerrilla había sido usada
para espiar y difamar a jueces y grupos opositores. “El informe del diario
estadounidense, en primera página titulado “Ayuda estadounidense implicada en
abusos de poder en Colombia”; tiene lugar cuando la Cámara de Representantes de
Colombia investiga la trama de “chuzadas” y seguimientos ilegales que afectaron
a magistrados, opositores, periodistas y defensores de derechos humanos durante
el Gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010)”[2].
Ni antes ni ahora se ha precisado con absoluta certeza la cantidad de
recursos desviados ni quien dentro del Estado ordenó que estos fueran
destinados a la persecución política. Tampoco se ha querido comprender la
dimensión del problema, el contexto histórico que lo permite y la estructura
que lo encubre. Algunas sanciones al
interior de las Fuerzas Militares no son suficientes, menos si ellas funcionan
como una cortina para esconder las máximas responsabilidades en estos hechos de
violación a los derechos fundamentales, minimizar los casos corrupción, algunos
revelados recientemente en la llamada ‘Operación Bastón’, y negar el debate de
fondo. ¿por qué siguen repitiéndose estas acciones criminales? ¿Qué decisiones
de fondo deberían tomarse para que no vuelva a suceder? ¿Es una falla estructural en la concepción de
las Fuerzas Militares o es un recurso permanente propio del funcionamiento del
Estado?
Revista Semana lo expuso de manera clara: “Decir de operaciones de
inteligencia y contrainteligencia es una forma sutil para hablar del espionaje
y contraespionaje que todos los países hacen. La inteligencia estatal es
crucial y necesaria, aún más si se cuenta con peligrosos enemigos internos y un
vecindario crítico, como es el caso de Colombia. No hay ninguna objeción si esa
vigilancia estratégica se ejecuta debidamente. El problema surge cuando se
evidencia –otra vez– que la inteligencia está orientada hacia blancos
ilegítimos, sin cadena de mando clara, desprovista de controles y con
propósitos inciertos”[3].
Los senadores Roy Barreras, Iván Cepeda y Antonio Sanguino, presentaron
una denuncia formal ante el secretario ejecutivo de la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos (CIDH) al considerar que la información “pone al
descubierto una trama de acciones ilegales avaladas por sectores de la
institucionalidad”. El debate político
obligó a nuevas decisiones judiciales. Pero la verdad se mantuvo esquiva.
El 17 de mayo el
país supo sobre la existencia de la ‘Operación Bastón’, con la cual se habían
clasificado varias misiones de contrainteligencia desarrolladas a lo largo de
varios años por el mismo ejército con el objetivo de identificar y revelar las
redes internas de corrupción; pero pese a las publicaciones hechas en todos los
medios y a los debates políticos, aún se desconoce su alcance real y los
nombres de los implicados. “Bastón abarca cerca de 20 misiones de trabajo. Cada
una lleva nombres claves como Falange, Cóndor, Isidoro, Harel, Iñaki, entre
otros. En total suman más de cinco gigas de información que contienen 57.538 documentos,
contratos, videos, entrevistas y toda suerte de soportes que respaldan cada una
de estas investigaciones. En algunas participaron la Unidad de Información y
Análisis Financiero (Uiaf) y la Fiscalía General”[4].
Tres días después, con el país en tinieblas, la Procuraduría General de
la Nación “llamó a audiencia de juzgamiento disciplinario a dos generales en
retiro, cinco coroneles, tres mayores, un teniente y dos suboficiales adscritos
a la Jefatura del Estado Mayor Operaciones, el Comando de Apoyo Combate
Inteligencia Militar, Comando Brigada #1 de Inteligencia Militar y los
batallones de Ciberinteligencia, Inteligencia Militar Estratégico #4 y de
Contrainteligencia de Seguridad de la Información, por presunta recolección de
información de carácter íntimo de ciudadanos nacionales y extranjeros”[5].
El sábado 23 de mayo, el ministro de Defensa dio a conocer la Resolución
1464 de 2020, por medio de la cual nueve oficiales del Ejército, señalados de
participar en las interceptaciones ilegales, fueron removidos de su cargo de
manera temporal. La Corte Suprema aún tendrá que determinar si deben ser
retirados de manera permanente o no.
No hay duda que hay preocupación, incertidumbre institucional, que el
tema no fue ajeno a la cumbre de generales de hace pocos días, que se están
tomando algunos correctivos y se quiere convencer al país de que en efecto hay una
genuina voluntad política por aclarar los hechos y llegar a la verdad; aunque tal
vez nunca nos dejen llegar a ella, por lo menos no a la matriz del aparato de
poder que crea las condiciones para que el accionar criminal se repita de
manera sistemática y no se pueda dilucidar la operación ni los elementos que
permiten el funcionamiento de la maquinaria criminal. No es de extrañar entonces
que los investigadores de la Corte Suprema que indagan estas irregularidades estén
siendo amenazados.
“Los oficiales y suboficiales que rastrean el espionaje y perfilamiento
ilegal de la inteligencia militar recibieron un mensaje intimidatorio en sus
celulares. Los detalles de la amenaza revelan que sabían en qué carros se
movían, cuántos hijos tenían y hasta el trabajo de sus parejas”[6].
Según información revelada por los medios de comunicación, los investigadores
de la Dijin adscritos al despacho de la polémica magistrada Cristina Lombana Velásquez
(señalada de ocultar durante cuatro
meses y medio la existencia de las carpetas sobre la operación de espionaje),
que fueron intimidados eran los mismos que recolectaban pruebas dentro del
expediente 44497 que se adelanta contra el senador Álvaro Uribe, como presunto y
principal beneficiario de las interceptaciones ilegales; y son los mismos que realizaron
el allanamiento a las instalaciones del Batallón de Ciberinteligencia, por orden
de la Corte Suprema de Justicia, el 18 de diciembre del año pasado. “En aquel
allanamiento, los miembros de la Dijin junto a otros uniformados dieron con los
miles de archivos, los cuales están siendo hoy verificados y analizados debido
a la gravedad de la evidencia respecto al espionaje ilegal”[7].
Una de estas amenazas recibidas por los investigadores decía: “Amigos,
buenos días. Quisiera expresarles mis sinceras felicitaciones por su trabajo,
son los mejores que he conocido. En tan poco tiempo descubrir tantas cosas
realizadas. Quisiéramos expresarles que disfruten de sus trabajos y familias
apartándose de lo que hacen en la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de
Justicia. Están hurgando donde no tienen que hacerlo”.
“Nada tienen que buscar en la Inspección General de las Fuerzas
(Armadas), todo está organizado y esos celulares (decomisados en el
allanamiento de diciembre) no se podrán desbloquear. No busquen nada en el
Comando del Ejército, suficiente con hacerse públicos con el allanamiento y que
los medios los conozcan. Disfruten de sus vidas, de esos mellizos, de esa
familia. Su esposa es muy buena estudiante de contabilidad, disfrute de su
vehículo Renault Simbol (sic), de su hija y de su esposa expolicía”, fue otra
de las amenazas que recibió uno de los investigadores.
Estas amenazas
confirman el acceso a información privilegiada sobre los investigadores y sus
hallazgos, y demuestra que los mecanismos de vigilancia y control externos
fallan estruendosamente al interior de las mismas Fuerzas Militares. Organizaciones sociales y sectores políticos
de oposición han solicitado una evaluación de fondo de la ley de inteligencia y
contrainteligencia, la misma que hace siete años se ofreció como un instrumento
idóneo que “permitiría modernizar y blindar los procedimientos para desterrar
prácticas como las chuzadas, seguimientos y perfilamientos ilegales. Pero no ha
sido así. Algunos críticos como el propio Jorge Mario Eastman han señalado que
la norma tiene fallas de control, como el no exigir que jueces o fiscales
avalen previamente las misiones a ejecutar. Varios expertos cuestionan que la
ley no hace una distinción expresa del rol de las distintas agencias. Es decir
que hay linderos opacos entre la inteligencia militar, policial, judicial y
estratégica, y es allí donde aparecen las misiones turbias. “Además, todo mundo
quiere dar los grandes golpes y eso hace que unos se metan en los terrenos de
otros”, dice un veterano agente de inteligencia”[8].
¿Quién ordenó? ¿A
quién iban dirigidos los informes de espionaje y con qué fin se realizaron? ¿De
ser Uribe el receptor principal de esta información como se sospecha en varios
círculos, la justicia podrá romper sus ataduras y dispondrá de la suficiente
independencia y de las garantías necesarias para informarlo y proceder como
corresponde? Aunque fuera Uribe el
hombre de atrás, lo cierto es que la tragedia no empieza ni termina con él, pese
a que durante sus gobiernos y bajo su injerencia política se profundizaron la
corrupción y la degradación moral del país. El tema no es un individuo que
opera tras bambalinas (aunque la impunidad premie el delito e induzca a su
repetición). Estos hechos reiterados, una y otra vez, nos confirman que hay una
criminalidad de sistema que se perpetúa en el tiempo porque las condiciones lo
permiten; y más allá de querer revelar las responsabilidades individuales y la realización
del acto criminal, es imperioso descubrir la operación de los elementos de la
maquinaria que estructuran la sistematicidad, e incorpora un rol mediato de
políticas y prácticas institucionales que lo facilitan.
No basta con que
llamen a calificar servicios a una docena de militares, que se inculpen
generales, que se modifique la ley de inteligencia en algunos apartes, que se
cierren batallones y se cambie el nombre de los departamentos de inteligencia.
Nada será suficiente para garantizar la no repetición sino se cambia el
concepto fundamental que justifica lo injustificable. Además de voluntad (si la
hubiere realmente), de las técnicas, los recursos y las garantías de independencia
y seguridad para el desarrollo de las investigaciones, urge sólida y definitiva
voluntad política para llegar a la matriz del aparato de poder y entender su
real dimensión. Sólo así será posible confrontar su fondo ideológico y limpiar
desde el interior. Todo lo demás es y será solo maquillaje.
La encrucijada no es
nueva, pero es absolutamente imperioso darle una salida definitiva y romper el
círculo sin fin de crimen de Estado, violencia, encubrimiento e impunidad. Hoy más que nunca es imperativo asumir el
reto histórico de profundizar y restablecer nuestra democracia, de liderar los
debates de fondo que el mundo reclama, tanto en relación con la corrupción
enquistada en las esferas de poder, el coherente manejo de las sustancias de
uso ilícito, la preservación de nuestro ecosistema y la necesidad de contar con
un sistema social y político confiable e incluyente, y unas Fuerzas Militares, éticas,
trasparentes y comprometidas con la búsqueda de una paz real en Colombia. Defender
la vida es defender la integridad del Estado (lo que incluye doctrina y
práctica en las Fuerzas Militares) y es también luchar por la paz. Ese es el
reto que tenemos que asumir; y no da espera.
[1] El
Tiempo; “El Ministerio de Defensa retira a 11 oficiales del Ejército”. Sección
Justicia. Bogotá, 1 de mayo de 2020. Consultado en:
https://www.eltiempo.com/justicia/conflicto-y-narcotrafico/el-ministerio-de-defensa-retira-a-11-oficiales-del-ejercito-por-irregularidades-en-inteligencia-490812
[2] Revista Dinero; “Ayuda
económica de EE. UU. habría financiado “chuzadas”. ESCÁNDALO. Bogotá, 21 de
agosto de 2011. Consultado en:
https://www.dinero.com/actualidad/articulo/ayuda-economica-eeuu-habria-financiado-chuzadas/133708
[3] Revista Semana; “Tras el escándalo de las carpetas secretas urge enderezar la
inteligencia”. Bogotá, 9 de mayo de 2020.
Consultado en:
https://www.semana.com/Item/ArticleAsync/670160?nextId=670232&nextId=670901
[4] Revista
Semana; “¿Qué es la operación Bastón y por qué es importante? Nación. Bogotá,
17 de mayo de 2020. Consultado en:
https://www.semana.com/nacion/articulo/que-es-la-operacion-baston-y-por-que-es-importante/671954
[5] Procuraduría
General de la Nación; “Procuraduría llamó a juicio disciplinario a dos
generales, cinco coroneles, tres mayores, un teniente y dos suboficiales del
Ejército por presuntos perfilamientos de ciudadanos”. Bogotá, miércoles 20 de
mayo de 2020. Ver en:
https://www.procuraduria.gov.co/portal/Procuraduria-llamo-a-juicio-disciplinario-a-dos-generales_-cinco-coroneles_-tres-mayores_-un-teniente-y-dos-suboficiales-del-Ejercito-por-presuntos-perfilamientos-de-ciudadanos.news
[6] El
Espectador; “Amenazan a investigadores que indagan irregularidades de
inteligencia”. Por Redacción Judicial. Bogotá, 23 de mayo de 2020. Consultado
en: https://www.elespectador.com/noticias/judicial/amenazan-investigadores-de-la-corte-suprema-que-indagan-irregularidades-de-inteligencia-articulo-920898+&cd=4&hl=es&ct=clnk&gl=co
[7] ABC
Política; “Miembros de la Corte Suprema estarían siendo amenazados por investigar
‘chuzadas’ del Ejército”. Bogotá, 24 de mayo de 2020. Consultado en:
https://www.abcpolitica.com/miembros-de-la-corte-suprema-estarian-siendo-amenazados-por-investigar-chuzadas-del-ejercito/
[8] Semana;
“Tras el escándalo de las carpetas secretas urge enderezar la inteligencia”.
Bogotá, 9 de mayo de 2020. Consultado en:
https://www.semana.com/nacion/articulo/escandalo-de-las-carpetas-secretas-debe-motivar-ajustes-en-la-inteligencia/670160+&cd=2&hl=es&ct=clnk&gl=co
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