El retorno de los Cátaros




Hoy hace 811 años, en el día de María Magdalena, el 22 de julio 1209, el máximo jerarca de la Iglesia Católica ordenó ‘La masacre de Béziers’ contra el pacífico y avanzado pueblo Cátaro. Fue el primer GENOCIDIO en la historia moderna de Europa y la primera acción militar importante de la Cruzada albigense (lanzada contra los Cátaros, un avanzado y visionario movimiento religioso que desde la ética cuestionó la ambición y la barbarie que encarnaba la Iglesia Católica. Por ello fueron destruidos.

“En 1209 un ejército formado por unos treinta mil caballeros y soldados de infantería partió del norte de Europa y cayó como una tromba sobre el Languedoc, las estribaciones nororientales de los Pirineos, en que actualmente es el sur de Francia. Durante la guerra que siguió a la invasión todo el territorio fue devastado, las cosechas fueron destruidas, las ciudades y pueblos fueron arrasados y todo un pueblo fue pasado a cuchillo. El exterminio fue tan grande, tan terrible, que bien podría considerarse como el primer caso de “genocidio” en la historia moderna de Europa. Sólo en la ciudad de Béziers, por ejemplo, fueron muertos por lo menos quince mil hombres, mujeres y niños, muchos de los cuales habían buscado refugio en la iglesia. Un oficial preguntó al representante del papa como podía distinguir a los herejes de los verdaderos creyentes y recibió esta respuesta: “Mátalos a todos. Dios reconocerá a los suyos”. Puede que estas palabras, que se citan con frecuencia, fueran apócrifas. Sin embargo, tipifican el celo fanático y la sed de sangre con que perpetraron las atrocidades. El mismo representante pontificio, al escribir a Inocencio III, que se encontraba en Roma, anunció orgullosamente que “no se había respetado la edad, el sexo ni la condición social”. Después de Béziers, el ejército invasor se extendió por todo Languedoc. […] Esta guerra, que duro casi cuarenta años, es conocida ahora con el nombre de “Cruzada contra los albigenses”.

Cuando terminó la cruzada el Languedoc estaba totalmente transformado, sumido de nuevo en la barbarie que caracterizaba al resto de Europa. ¿Por qué? ¿Por qué había ocurrido todo aquello, tanta brutalidad y tanta devastación?

A principio del siglo XIII la zona que actualmente recibe el nombre de Languedoc no formaba oficialmente parte de Francia. […] El Languedoc tenía mucho en común con Bizancio. La erudición, por ejemplo, era tenida en gran estima, cosa que no ocurría en el norte de Europa. La filosofía y otras actividades intelectuales florecían, la poesía y el amor cortesano eran ensalzados; el griego, el hebreo y el árabe eran estudiados con entusiasmo: y en Lunel y en Narbona prosperaban escuelas dedicadas a la cábala, la antigua tradición esotérica del judaísmo. Hasta la nobleza era culta y literaria en un momento en que la mayoría de los nobles del norte ni siquiera sabían escribir su nombre.  También, al igual que Bizancio, el Languedoc practicaba una tolerancia religiosa civilizada y acomodadiza, en contraste con el celo fanático que caracterizaba a otras partes de Europa. Fragmentos del pensamiento islámico y judaico, por ejemplo, fueron importados a través de centros comerciales y marítimos como Marsella o penetraron desde España a través de los Pirineos. Al mismo tiempo, la Iglesia de Roma no gozaba de mucha estima; debido a su notoria corrupción, los clérigos romanos de Languedoc consiguieron, más que otra cosa, ganarse la antipatía del pueblo”

Para las autoridades eclesiásticas, el Languedoc estaba “infectado por la herejía albigense, “la sucia lepra del sur”. Y aunque los seguidores de dicha “herejía” eran esencialmente no violentos, constituían una amenaza seria para la autoridad de Roma, la amenaza más seria, de hecho, que experimentaría Roma hasta que tres siglos más tarde las enseñanzas de Martín Lutero iniciarían la reforma. 

En 1200 existía una posibilidad muy real de que esta herejía desplazase al catolicismo romano como forma dominante del cristianismo en el Languedoc.

Los cataros o albigenses no tenían un cuerpo doctrinal y teológico fijo; suscribían la doctrina de la reencarnación y un reconocimiento del principio femenino de la religión. Rechazaban la Iglesia católica ortodoxa, negaban la validez de todas las jerarquías clericales, y de los intermediarios oficiales entre el hombre y Dios. En lugar de la “fe”, los Cátaros insistían en el conocimiento directo y personal, una experiencia mística de primera mano.

[…] Para los cátaros los hombres eran las espadas con las que luchaban los espíritus y nadie veía las manos” (1).

Los Cátaros practicaban la No Violencia y la libertad religiosa; eran vegetarianos, cultivaban la paz, el arte, la filosofía, la democracia y defendían la igualdad de género y la vida. Su dios era el amor, y consideraban que era incompatible con el poder. Creían en dos dioses: uno era un espíritu puro, desencarnado, libre de la mácula de la materia: era el dios del amor. El otro, el creador del Universo, era el usurpador, el dios del mal al que llamaban "Rex-Mundi" o Rey del mundo. Los cátaros defendían un dualismo cosmológico, que saturaba toda la realidad. Para ellos el objetivo de la vida era trascender la materia, liberarse de los espejismos de poder y alcanzar la unión con el principio del amor.

En 1321 Guillaume Bélibaste, el último perfecto cátaro fue quemado en la hoguera. Sus últimas palabras fueron: “Dentro de 700 años el laurel reverdecerá y los cátaros vamos a volver a la tierra”. Los 700 años se cumplirán en el 2021.

El laurel simboliza el amor sagrado, pero también significa victoria. Los cátaros hablan del regreso de los hijos de la luz a la tierra, de un renacer en la luz de una nueva conciencia planetaria, que permitirá que cuando la humanidad superé la pandemia y abandone el confinamiento retorne a la vida social transformada, con protocolos de bioseguridad, con una mayor consciencia sobre el prójimo y sobre el deber de cuidar y preservar la vida en nuestro planeta. El mensaje que nos dejaron hace 700 años, nos dice que la raza humana cambia si cada uno de nosotros cambia. En todos y cada uno de nosotros está la llave de la transformación. La profecía de su retorno nos anuncia un cambio en la conciencia de la humanidad; un renacer que marcará el inicio de nueva era en el planeta Tierra.

(1) M. Baigent, R. Leigh & H. LinColn; El Enigma sagrado (2004). Ediciones Martínez Roca, S.A. Barcelona.
Págs 44-48.




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