Un título sarcástico para una nueva revictimización

Hace un año se estrenó la serie de Dynamo para Netflix: La historia de un crimen: Colmenares. El resultado no pudo ser más desolador




Cuando en 2019 se anunció que Netflix produciría una serie de televisión basada en el caso de Luis Andrés Colmenares, joven estudiante de la Universidad de Los Andes, asesinado en extrañas circunstancia la noche de Halloween de 2010 en Bogotá, fueron muchas las voces que, sin siquiera conocer la posición que asumiría la productora ni la línea narrativa que desarrollaría ni la calidad y cantidad de sus fuentes, se alzaron en contra hablando de lucro con el dolor de las víctimas y de intereses oscuros tras su realización.

Nada detuvo a la productora. Y fue así como Netflix en asocio con Dynamo Producciones, estrenó la serie de ocho capítulos La historia de un crimen: Colmenares, basada en la obra El Enigma Colmenares de Maureén Maya Sierra y en las investigaciones periodísticas de José Monsalve.  El título de la serie generó entonces cierta serenidad entre quienes, a partir del material probatorio recaudado por la justicia, las inconsistencias del proceso, las irregularidades del caso y los vacíos documentales en la investigación, hemos apoyado la tesis del homicidio. Pensamos que esta serie constituiría un valioso aporte a la verdad histórica de un caso que, como pocos en nuestra historia reciente, ha conmocionado la conciencia del país.

La expectativa era grande y desde antes de conocerse su resultado final ya se escuchaban expresiones de malestar por parte de los implicados. Los Colmenares rechazaron la producción por no haberlos consultado y su abogado Jaime Lombana no descartó una posible demanda. Dos de los jóvenes señalados como presuntos responsables del homicidio, expresaron su inconformidad porque Netflix no pidió autorización para hacer uso de sus nombres reales.  La firma de abogados que representa a Carlos Cárdenas afirmó que se estaban vulnerando los derechos de su cliente “al buen nombre, la honra y el derecho al olvido”, y la misma Laura Moreno a través de su poderoso abogado, Jaime Granados, sostuvo, antes de su estreno, que la serie incurría “en abuso en el ejercicio de sus derechos, en detrimento de otros derechos subjetivos”, en tanto podía desorientar a la opinión pública y producir graves afectaciones al debido proceso. Hoy luego de ver la totalidad de la serie  sabemos que el uso de los nombres reales de algunos de sus protagonistas no fue un acto temerario por parte de la productora, y que tanto los abogados de la defensa como sus clientes, deben sentirse muy complacidos con una producción que termina por avalar sin cortapisas ni presentación de dudas razonables, la tesis del accidente, cuestionar la ética del fiscal González y sembrar dudas sobre la cordura de la madre de Luis Andrés Colmenares, Doña Oneida Escobar.

 

Siempre he considerado que este tipo de producciones que se basan en hechos reales de dominio público, que pretenden recoger la memoria histórica, social, política y judicial de un país, reviviendo algunos casos emblemáticos, confrontando las verdades oficiales y retando el impuesto olvido, aunque riesgosas, suelen ser ganancia tanto para la sociedad y el sistema judicial como para las personas directamente afectadas por los hechos narrados. Y cuando se escribe un libro sobre acontecimientos dolorosos, injustos y violentos que nos estremecen como sociedad, el objetivo primordial no es el lucro (si fuera éste el móvil sería otro el oficio); el objetivo es hacer visible un hecho que debe cuestionarnos y movilizarnos como sociedad, es acompañar a las víctimas, aportar a que su historia quede inscrita en la memoria de un país amnésico, mostrar los costos de una tragedia -casi siempre previsible-para que no se repita nunca más, brindar algo de justicia -así sea simbólica- y contribuir al despertar de la conciencia social y a la reconciliación del país fomentando valores como la solidaridad, la empatía y el respeto humano. Cuando se entregan derechos a una productora para que produzca audiovisualmente un libro, se espera cierta fidelidad con el relato original (aunque no estén obligados a ello) y que la serie o película ayude a que las victimas puedan sanar sus heridas y tramitar su dolor, y que la sociedad tenga acceso a la verdad que le ha sido confiscada por oscuros poderes. Pero no siempre se obtienen los resultados esperados, como sucedió en este caso, donde se impuso una tesis contraria a la que sustenta el libro.  La esencia del mensaje que me propuse transmitir con mi versión novelada del caso El enigma Colmenares. Crimen o accidente, y en su segunda versión que recoge detalles del fallo del Tribunal Superior de apelación confirmando, de modo irrefutable el asesinato, El enigma Colmenares ¿Un crimen atroz? no corresponde con el sentido de la serie de Netflix: Historia de un crimen: Colmenares, aunque afirme que se basa en mi libro.

Cuando cedimos junto con la editorial Oveja Negra los derechos audiovisuales del libro El enigma Colmenares a Dynamo Producciones, estábamos seguros que dada su reconocida experiencia en la realización de series de calidad, un equipo humano calificado, recursos financieros y creativos suficientes y acceso a un destacado grupo actoral, podrían garantizar equilibrio, apego a la verdad y respeto para tratar un caso tan sensible como éste; y por ello justamente, por ser un caso tan delicado,  también se planteó la posibilidad de brindar asesoría en la elaboración del guion para evitar incongruencias narrativas o que se pudieran afectar los derechos morales de la familia Colmenares y del libro mismo, pero la productora, en pleno ejercicio de sus derechos y voluntad, optó por no hacer consultas, al menos no con nosotros porque si las realizó con quienes, pagos o no, afirman que se trató de un accidente y pretenden pasar por alto tantas y tan abrumadoras inconsistencias; modo que nunca tuvimos información sobre el desarrollo de la producción ni incidencia alguna en la orientación narrativa de la serie.

Confiamos que a partir de la historia contenida en el libro, en la que se ficcionan algunos vacíos que la justicia no ha podido resolver con total rigor, más la consulta de otras fuentes, primarias y secundarias, por parte del equipo creativo de la productora sería posible separar la ficción literaria y audiovisual, de las ficciones elaboradas por las autoridades y por la defensa de los presuntos responsables del crimen, para ofrecer un relato serio, consciente de sus implicaciones y respetuoso de la familia Colmenares y de las personas afectadas. Esperamos una serie que enseñara con claridad las irregularidades del caso y diera respuesta a varias de las preguntas que siguen sin respuesta nueva, diez años después de ocurrido el homicidio, pero no fue así. Los guionistas decidieron omitir toda esta información para desestimar la tesis del crimen y defender la del accidente. Es así como no se menciona la desaparición de las grabaciones de 17 o 18  cámaras de seguridad ubicadas en la zona que recorrió Luis Andrés la noche de su muerte, tampoco se recuerda la extraña pérdida de su ropa en Medicina Legal en flagrante violación de la cadena de custodia, el deficiente primer informe de necropsia donde se ignoran las siete fracturas y las dos roturas encontradas en el cuerpo de Luis Andrés Colmenares, reveladas en estudios posteriores (en paladar, en las dos órbitas oculares, en la nariz, en los dos maxilares, en la segunda y cuarta vertebras y en la región frontoparietal derecha, encontrándose que esta última era una herida patrón causada por objeto contundente); ninguna de ellas compatible con una caída. Tampoco se aclara la contaminación del proceso con falsos testigos ni se explica quien los envió y les pagó, no se menciona la silenciada orden de captura emitida contra el padre de Laura Moreno, Jorge Moreno, cuando aseguró en una llamada interceptada que su hija “si sabía quién lo hizo” y hablaba de ofrecer una gruesa suma de dinero al fiscal para echar atrás el proceso. No se relata tampoco el sospechoso encuentro a puerta cerrada, poco antes de la audiencia, entre la defensa de Cárdenas, el ex fiscal Iguarán, y la jueza que revocó su medida de aseguramiento. No se dice nada sobre el misterioso allanamiento a la casa de los Colmenares ni se habla del silenciamiento de los celadores ni sobre la pérdida del primer informe del levantamiento del cadáver adelantada por el investigador del CTI Gerardo Quintero, ni el primer comunicado oficial de la alcaldía de Chapinero que recoge la versión de los estudiantes asegurando que Colmenares había dicho esa noche que se quería quitar la vida. Tampoco se hace referencia a los hallazgos de Rita Karanauskas, experta en expresiones faciales y detección de mentiras, ni a los conceptos emitidos por el médico estadounidense Carl Schmitt científico, patólogo forense y director del Centro Estatal de Detroit (Estados Unidos), cuya solicitud de asesoría por parte de la Fiscalía fue rechazada por una juez ante la recusación interpuesta por la defensa de Moreno, pese a que la Corte Suprema avaló su participación en el juicio.

La serie tampoco cuenta sobre la existencia de un supuesto plan para asesinar al juez 41 de Garantías de Bogotá, Juan Carlos Merchán, quien envió a la cárcel al estudiante Carlos Cárdenas, como lo reveló en ese entonces la Fiscalía ni la grave declaración del Fiscal General, Eduardo Montealegre, cuando aseguró que “en el caso Colmenares hay interesados en obstaculizar la investigación e impedir que se conozca la verdad y que se está indagando si existe una labor de deformar pruebas e intimidar testigos”. Y para cerrar, la serie desestima de manera contundente, el fallo del Tribunal Superior que reconoció que Luis Andrés fue asesinado.

La serie no responde ninguna de estas dudas, ni siquiera las plantea y  pese a su título que hoy se lee sarcástico y como una burla cruel y mordaz, no solo defiende la tesis del accidente, denigra al fiscal González, ridiculiza las tradiciones culturales de la Guajira, incluye el personaje de un periodista (que trabaja en una revista similar a Semana pero que en la serie se llama Actualidad) como si se tratara de un alter ego frustrado en la vida real, pero lo más deplorable de todo es que termina por desdibujar a la familia Colmenares en su dolor y en su valerosa búsqueda de justicia. Seamos claros: la tesis del homicidio no obedece al capricho de una familia que no puede llevar un duelo de modo adecuado, no, es el resultado de pruebas, inconsistencias procesales y de conocidos intentos por torcer el curso de las investigaciones.

Más allá de la calidad actoral y de una destacada realización audiovisual, la serie Colmenares evidencia una muy pobre empatía con las víctimas y un desacertado manejo narrativo de su mensaje central y conclusión final. 

Si hubo algo más sucio y oscuro que el caño donde fue encontrado el cadáver de Luis Andrés Colmenares, fue el proceso judicial y el desempeño de un sector de la gran prensa. El poder corruptor del dinero, cuyos tentáculos se extienden más allá de lo imaginable, aún hoy, diez años después de ocurrido el crimen, exhiben sin rubor su capacidad para torcer la verdad y garantizar impunidad.

 

 

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