Eduardo Umaña, en el corazón

Recuerdo que mi primer acercamiento a los DD.HH fue de la mano de Eduardo Umaña Mendoza; yo era aún una niña de colegio, él trabajaba con un grupo de estudiantes de la Universidad Externado de Colombia, al cual me invitó a formar parte. Mi primer trabajo consistió en buscar denuncias sobre violaciones a los DH en la prensa. Fue breve mi labor, demasiado breve, pero efectiva para entender la feroz y marginal lucha que debían sortear las víctimas que exigían justicia en Colombia. Estaban aisladas, enfrentando todo un aparato criminal gigantesco, poderoso e implacable, solas, pero Eduardo Umaña estaba con ellas.

De él siempre me impactó su terca perseverancia en la búsqueda de la verdad y de la justicia, aunque en esa búsqueda sangraba su corazón. Un par de veces lo acompañé a una casa cerca al Campin, donde al parecer se refugiaba cuando debía sacudirse del miedo y del dolor. Entonces, algo consternada me preguntaba por las cosas espantosas que habrían registrado sus ojos y sus oídos, y en sus esfuerzos diarios para no dejarse vencer por la impotencia humana y el horror que lo rodeaba pese a su ferviente lucha por detenerlo, por proteger a tantas personas que necesitaban cuidado, amor, justicia y solidaridad. Umaña llevaba el caso de los desaparecidos en la retoma del Palacio de justicia, buscaba que el asesinato de Gaitán no quedará en la impunidad, defendía a los presos políticos, asesoraba sindicatos, representaba a las víctimas de crímenes de Estado; llevaba la historia de la injusticia colombiana sobre su espalda.

Era sensible y valiente. Y de él aprendí que cuando el corazón es una grieta y el dolor ahoga, se puede encontrar valor para continuar en lo mismo que hiere, para que nadie más deba cargar sobre sus hombros la derrota histórica de toda la humanidad. Su vida, su lucha, sus tormentos y su muerte son testimonio de su inmenso amor la vida, por la humanidad.


Foto collage de Pilar Navarrete
Puede ser una imagen de 8 personas y personas de pie

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