La verdad hiede, hiere y transforma

 


Durante tres días en la Biblioteca Virgilio Barco de Bogotá, se llevó a cabo la audiencia de reconocimiento de siete exmiembros del Secretariado de la extinta guerrilla FARC-EP por los secuestros perpetrados en el marco del conflicto armado. El cara a cara con algunas de sus víctimas frente a los magistrados de la JEP y a la ciudadanía que a través de medios virtuales siguió las transmisiones, fue tan doloroso como aleccionador sobre la Colombia de guerra que debemos erradicar para siempre de nuestra historia. 

Las audiencias de la JEP en busca de verdad plena sobre hechos y responsabilidades por parte de los exguerrilleros, son parte del cumplimiento del Acuerdo de Paz de 2016. En esta audiencia pasada, llevada a cabo los días 21, 22 y 23 de junio del presente año, escuchamos los desgarradores testimonios de algunas víctimas de secuestro, tortura, violaciones sexuales, abusos y humillaciones, sentadas a un lado del auditorio, justo frente a la mesa en la que se ubicaron siete excomandantes de las FARC, que por primera vez -ante las víctimas de 21.396 secuestros por los que fueron imputados-, admitieron su culpa y clamaron perdón.   

Rodrigo Londoño, conocido bajo el alias de 'Timochenko' en la guerra, dijo que “en nombre de los 13.000 combatientes que dejaron las armas acepto la "responsabilidad individual y colectiva frente a uno de los más abominables crímenes cometidos". Hace un año este mismo Tribunal de Justicia Transicional imputó a los altos mandos de esta guerrilla por crímenes de lesa humanidad cometidos entre 1990 y 2016.

Los excomandantes guerrilleros Pastor Alape (Félix Antonio Muñoz Lascarro), Pablo Catatumbo (Jorge Torres Victoria), Milton de Jesús Toncel, Jaime Alberto Parra, Julián Gallo Cubillos y Rodrigo Granda Escobar, también pidieron perdón luego de escuchar la crudeza de los testimonios de algunas de sus víctimas.  El sargento de la Policía César Augusto Lasso, quien había sido secuestrado junto a otras 60 personas en 1998, luego de resistir más de 72 horas de combate en la toma de Mitú, mostró una pesada cadena, que puso en su cuello, para denunciar la barbarie y los tratos inhumanos que sufrieron las víctimas del secuestro durante años de cautiverio y olvido. Otros testimonios confirmaron la existencia de personas asesinadas y desaparecidas por la guerrilla, violadas y torturadas. Alape reconoció, además de la responsabilidad del Secretariado por no ejercer control sobre sus hombres y campamentos para que no se presentaran malos tratos a las víctima ni las violaciones sexuales de secuestrados. También lamentó, con llanto, el secuestro y muerte en cautiverio de Ramiro Carranza, hijo del escritor y "piedracielista" Eduardo Carranza y hermano de la poeta María Mercedes, quien se suicidó el 11 de julio de 2003.  Los magistrados de la JEP anunciaron que en tres meses se impondrán sanciones. 

Pero más allá del tema judicial, estas confesiones, reconocimientos y comparecencias nos confirman que la guerra bestializa al hombre y que no importa el color de la bandera que se ondee ni la causa que anime la toma de la armas o la conformación de ejércitos irregulares, los guerreros se despojan de piel y entrañas en medio de las hostilidades para estar dispuestos a matar o a morir, a sobrevivir inmolando su alma, y a imponer su noción de país sacrificando el sentido de mundo y la esencia de su propio discurso; lo que ocurre en la guerra no es digno de ser emulado, por lo general, y su relato nos exige actuar con celeridad y claridad para que las condiciones que hicieron posible el triunfo de la bestia sobre el humano no se repitan nunca más.

Sin duda ha sido un estremecedor y desgarrador encuentro ante la JEP que ha generado diversas reacciones, pero nadie niega que es necesario, no sólo porque es parte de la implementación del Acuerdo de Paz, decir la verdad y reparar a las víctimas, es también un doloroso reconocimiento de lo que la guerra significó para millones de nacionales y de lo que se requirió para estar tan lejos en términos morales en la búsqueda de un fin superior por medios capaces de enaltecer una ideología.  Las guerras largas se degradan, se deshumanizan y pervierten el sentido de las luchas, se sabe, y en estas audiencias lo hemos confirmado en toda su baja y burda dimensión.  Hemos visto a algunos comandantes avergonzados, incluso a punto de llorar, frente al cobro por sus actuaciones de espanto o sus omisiones imperdonables, justificadas entonces en el fragor de los fusiles como si el martirio no fuera martirio y como si detrás de esa muralla verde de selva y olvido, no existiera más mundo, ni leyes ni constitución ni humanidad expectante y sufriente por su causa, ni derechos para defender y reclamar; cómo si ellos y su crueldad y sus víctimas indefensas fueran todo el mundo, el reducto despiadado de una promesa de cambio no cumplida, de justa resistencia a un sistema no menos brutal pero mucho más invisibilizado. Dolor y vergüenza, indignación, cruel verdad y compromiso para que el horror deje de escribir nuestra historia es lo que queda tras las audiencias de la JEP. 

No hay nada que justifique la barbarie cometida por guerrilleros ni por los soldados de Fuerzas Armadas de Colombia, ni por mercenarios importados ni por élites políticas y empresariales que hicieron parte activa de la degradada guerra. Nada. Él que degrada a otro se degrada a sí mismo, degrada a los suyos y a toda la humanidad. Así es la guerra, así es la lógica del combate, así se pierde visión y grandeza, se enfrentan guerreros que olvidan el honor y el deber primero de salvaguardar su humanidad, de reconocer al humano detrás del adversario, de avizorar el destino luego de la gesta de violencia y destrucción. En las guerras impera el afán de victoria y la necesidad de destruir al oponente; ni siquiera es odio lo que anima, el odio es visceral y obedece a otras pulsiones vitales y apasionadas, acá impera es lo más básico del animal humano, el lenguaje de la muerte, la máquina que causa dolor y evade su propia agonía, el uso de los instrumentos de la violenta aniquilación que condenan la política y las causas que legitiman la lucha armada.  

Esta catástrofe histórica, sostenida durante décadas, nos llevó, presos del hastío y la derrota, a proponer desde la matriz de un nuevo gobierno y desde las sistemáticas luchas sociales de organizaciones defensoras de los derechos humanos, que sacrificaron vida por defender la vida en los territorios, un punto final a la barbarie de la guerra, a cambiar las narrativas de la degradación bélica por el relato de otras experiencias más constructivas y liberadoras, a impulsar un pacto por la vida en busca del equilibrio político y el destierro definitivo de las prácticas y las ideologías totalitarias.

La implementación del Acuerdo de PAZ con todo el dolor que expone, toda la crudeza de sus crímenes, todos los vejámenes cometidos entre semejantes, es la única salida que como país tenemos, si queremos pasar la página del horror, habiendo leído previamente, con atención y corazón, cada renglón, cada suceso, cada punto y coma, habiendo imaginado, llorado y visualizado la tremenda humillación a la que se llegó, y el camino que como sociedad debemos recorrer para salir de allí, apelando a la revisión ética de cada suceso, a la dignidad e inocencia de las víctimas, y llevando a los victimarios -estatales o subversivos- al borde de su conciencia para que logren expresar un genuino arrepentimiento, voluntad de resarcir, en lo posible, los daños causados, y asuman un compromiso total con la paz de Colombia.  Hay una nueva historia por escribirse; y sólo desde la verdad y el perdón, la reconciliación y la transformación humana, social, política, cultural y económica, será posible hacerlo y dejar de repetir el relato de lo abyecto como condena nacional.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Reforma Rural Integral: la llave para la PAZ total

Simbolismo en la posesión presidencial

LLEGÓ LA HORA DE LEGALIZAR