Colombia merece la verdad sobre “el hombre de atrás”

 

Imagen mural de Bansky

Colombia merece la verdad sobre “el hombre de atrás”.

Luego de ver algunos segmentos de las audiencias de reconocimiento realizadas por la JEP durante 2021 y 2022, queda la sensación de estar llegando a un muro de lamentos que nos impide ver que tras estos rostros, heridas y relatos, hay una narrativa más profunda que debe ser develada para vencer la retórica de una imaginación sin alas cuando hablamos de una Paz Total. Urge ir al fondo de nuestra cruda y oscura verdad.

La acción de la justicia no debe limitarse a esclarecer lo acontecido como un hecho aislado; debe leerlo en un contexto histórico y “determinar el continuo de poder entre determinadores y seguidores, y explicitar las políticas, prácticas y contextos que determinaron (o facilitaron) la perpetración de abusos de manera sistemática o generalizada”.

Más allá de la descripción del acto criminal, la justicia debe revelar la operación de los elementos de la maquinaria que lo hicieron posible y que además facilitaron la impunidad de los hechos.

Durante el peritaje ante la CIDH por el caso Manuel Cepeda, el perito Michael Reed afirmaba que “frente a la comisión sistemática de delitos atroces, principalmente en contra de la población desarmada, las autoridades judiciales colombianas tienen la obligación de combatir la impunidad reinante y satisfacer los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación. Dado el tipo de criminalidad que se ha dado en el país a través de varias décadas, la tarea investigativa y de juzgamiento no se limita al esclarecimiento y el establecimiento de responsabilidades en hechos aislados. La persecución y sanción de los delitos cometidos deben asegurar que todos los elementos de los aparatos organizados de poder – incluyendo a los autores mediatos (“los hombres de atrás”) y los que facilitaron la impunidad de los hechos – sean juzgados y sancionados de manera metódica, y que sus modos de actuación (respaldado por políticas o prácticas) sean dados a conocer”.

Luego de conocer los hechos en su dimensión y contexto, causas, motivaciones, creencias y justificaciones usadas para soportar el peso de la atrocidad y revestirla de un heroísmo y una causa salvadora inexistentes, y tras reconocer la dignidad de las víctimas y garantizar la máxima justicia posible dentro de un proceso de transición y de negociación política que sustraiga la historia presente y futura de la guerra y de sus horrores, es necesario establecer los mecanismos de transformación humana, social, política y cultural para que la barbarie NUNCA se repita ni se naturalice, y para poder asumir que la condición humana no es depredadora ni criminal ni egoísta de manera ineludible. Y no lo es porque existe dentro de cada uno voluntad y autoexigencia, una lección desgarradora que no se olvida, una sólida decisión y un llamado visceral, del alma si se quiere, que nos obliga a asumir como conducta propia la búsqueda del bienestar colectivo, de la felicidad, de la justicia y la defensa de la vida, de los derechos y de toda causa que nos reivindique como especie ante la historia. Es posible pensar en nuestra existencia como una experiencia mucho más profunda, amable, pacífica y misteriosa a la que vulgarmente malviven quienes se entregan a la acción criminal, desde la autoría mediata o la ejecución homicida, o desde la indolente y cobarde justificación.

La abogada defensora de los derechos humanos de Argentina, Mirta Mántaras, recordó hace algún tiempo en el diario Página 12, que “en los juzgamientos por delitos de “lesa humanidad” que se realizan en la Argentina se adoptó la teoría de Klaus Roxin para describir el funcionamiento de la máquina de matar implementada desde el Estado delincuente y ejecutada por la cadena de comandos de las Fuerzas Armadas. De ese modo se pudo reconstruir quiénes ocupaban cargos para garantizar la emisión de órdenes (forma de accionar la palanca de la máquina) y la transmisión de las mismas hasta llegar a los ejecutores que inexorablemente las cumplían por ser intercambiables, si uno no estaba lo reemplazaban otros del numeroso grupo de tareas”.

De acuerdo con Claus Roxin, al tratarse de una organización criminal tan robusta como la que se empleó contra los judíos bajo el dominio nazi, la realización del delito no depende de los ejecutores singulares, porque ellos solamente ocupan una posición subordinada en el aparato de poder, son intercambiables y sacrificables, y no pueden -ni quieren muchas veces- impedir que el hombre de atrás, el “autor de escritorio”, alcance el objetivo, ya que es éste quien mantiene en todo momento la decisión suprema acerca de la consumación de los delitos planificados.

Hoy Colombia está lista para conocer su historia, para saber quiénes y desde donde operaron para hacer de nuestra historia un doloroso río de llanto, miseria y sangre, y para entender cuál fue su verdadero proyecto político. No basta con que un grupillo de hombres arrojado a la guerra confiese sus atrocidades, lo lamente y pida perdón a las víctimas, es necesario ir más allá, más lejos, más arriba, más atrás para encontrar el “hombre de atrás” y poder desarticular la máquina de muerte que ha operado desde la matriz del sistema.  Ha llegado el momento. Los vientos soplan a favor de la verdad, la paz y vida.

 

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