Denuncia sin denunciado
Sabemos quién
es la denunciante, cuál fue el crimen pero no quien fue el perpetrador, aunque
los indicios, escuetamente enunciados, parecieran apuntar en una sola dirección.
Mucho se ha
dicho y especulado en medios y redes sociales sobre la violación de la que fue
víctima hace varios (se ignora cuántos)
la periodista Claudia Morales por parte de su jefe, como ella misma lo confesó
en su columna de El Espectador titulada "Una defensa del silencio"
publicada el pasado 19 de enero. Respetable la decisión personal del silencio
frente a un hecho de violencia de tal magnitud, pero incomprensible que se
acuda a la prensa para presentar una denuncia incompleta con la que
aparentemente no se pretende alcanzar lo que busca toda denuncia: realizar el derecho
a la justicia y a la reparación, y evitar que el victimario se salga con la
suya y repita su acción criminal.
¿Qué
sentido tiene entonces denunciar un crimen como mero acto de enunciación, como
quien comenta cualquier cosa banal sin esperar efecto alguno de las palabras
lanzadas, para finalmente encubrir el nombre del responsable? Es cierto que una
violación es un hecho brutal, aterrador y totalmente despreciable; que la víctima
jamás olvida lo ocurrido ni se recupera totalmente de sus secuelas, a veces ni
con tratamientos psiquiátricos, ¿pero acaso cuando se es víctima de un hecho
tan atroz como éste no se aspira a la sanación interior, la liberación del
miedo y del dolor a través de la eficaz denuncia? ¿Si Colombia ha sido el país
de los asesinatos sin asesinos, ahora es, por cuenta de esta “denuncia”, el
país de las violaciones sin violadores? No encuentro sentido ni valentía en el
hecho de revelar de manera pública que se fue víctima de una violación por
parte de un personaje de mucho poder, sin asumir el deber de contar quien fue para
empezar así, un tardío proceso judicial y lograr, al menos, una sanción moral
que es a lo máximo que pueden aspirar las víctimas en Colombia de hombres de
poder.
Su enunciado,
en el cual describe algunas características del agresor sin revelar su nombre ni
su ocupación, como decir que “ostenta demasiado poder”, “quien me violó,
ustedes lo ven y lo oyen todos los días”, “es un hombre relevante en la vida nacional” y
“tiene visos de ser una persona de altísima peligrosidad”, se ha convertido en
un reto a la imaginación de periodistas, internautas y ciudadanos, en el que
cada cual, a su manera y haciendo uso de sus propios recursos, ha querido develar
el acertijo asumiendo el rol de investigador privado o, incluso el de juez,
cayendo, en consecuencia en toda suerte de irresponsables especulaciones.
El país ya
sabe que Morales trabajó para Yamid Amat, Juan Gossaín, Julio Sánchez Cristo, Felipe
López, Hernán Peláez, Gustavo Gómez, Juan Carlos y Andrés Pastrana y Álvaro
Uribe, pero este último es el que más se ajusta al calificativo de peligroso, ha
sido, sin duda -para bien o para mal- relevante
en la vida nacional y es también el que más figuración ha mantenido en medios de
comunicación desde hace más de una década. Morales trabajó entre el 2003 y el 2004 para
el cuestionado ex presidente, quien además ha sido investigado por gran
cantidad de crímenes, incluyendo de lesa humanidad, y es por ello que –sin
pruebas- varios ciudadanos se han
dedicado a señalarlo como el responsable de la violación, lo cual él ya
desmintió a través de Twitter como era de esperarse y de un comunicado enviado por su partido
Centro Democrático. Pero más allá de la acusación sin acusado y de la defensa
no pedida por autoridad competente, lo cierto es que se ha desatado un fuerte
debate a nivel nacional, tanto sobre el hecho en sí mismo, como sobre el derecho
y los límites del silencio, sobre el sentido de denunciar un crimen que quizás
ya prescribió y sobre el que, al parecer, no se cuenta con material probatorio
alguno. A varias personas les inquieta esta historia sin final y también el
hecho de que una periodista sea capaz de elevar semejante denuncia para luego insinuar
confusamente quien es el agresor, logrando finalmente garantizarle -con su
selectivo silencio y su razonable temor a sufrir represalias-, toda la impunidad
posible. ¿Entonces para qué hacer público un delito cuando es más fuerte el
temor que la necesidad de exorcizar el dolor? ¿Por qué y para qué denunciarlo
ahora? ¿Tiene algo que ver el proceso electoral? ¿Incidirá en él?
Surgen
también otras preguntas: ¿Qué se logra con una denuncia sin acusado? ¿Convertir
un hecho repudiable en chisme de redes sociales, condimentar un poco el proceso
preelectoral, captar algo de atención mediática de carácter transitorio- a
menos que surja alguna nueva pista o se revele el nombre del atacante?, ¿Permitir
que quienes no sabían quién era la periodista hoy conozcan su nombre y rastreen
con afán su hoja profesional y sus trabajos? ¿Calentar la cabeza de ciudadanos
(as) que se dividen entre alabar su valentía y condenar su cobardía? ¿Qué se especule
sobre las reales motivaciones de su escrito, y la conviertan a ella en objeto
de tardía solidaridad o de presiones para que termine lo que empezó? ¿Este caso
servirá para que otras víctimas de abuso sexual se decidan a denunciar –protegiendo
o revelando- el nombre del responsable? ¿Realmente la denuncia que encubre
tiene un efecto reparador y permite la catarsis?
La
periodista escribió en su artículo: “No presenté ni presentaré nunca una
denuncia” “… y no me arrepiento de haber guardado silencio” pero más adelante
invita a denunciar: “Si usted, hombre o mujer, tiene el coraje y está rodeado
de un entorno solidario, denuncie. Celebraré siempre que desgraciados como “Él”
y otros abusadores sean visibilizados y castigados”. Sin embargo, ella misma se
niega a hacerlo, con lo cual “Él” no será visibilizado y menos castigado.
La
Fiscalía General, como es su deber cuando tiene conocimiento sobre algún hecho
criminal, ha anunciado que abrirá una investigación formal, y seguramente la
periodista será citada a declarar pero lo más seguro es que no produzca ningún
efecto. ¿Qué avance podría lograr la oficina de delitos sexuales cuando la
víctima se ampara en su derecho a guardar silencio y se niega a cooperar? Incluso, si se atreviera a revelar el nombre
del victimario, ¿qué garantías le podrían dar para que no sea revictimizada y convertida
en objeto de persecuciones, presiones y amenazas?; además ¿Qué posibilidades reales
tendría de lograr algo de justicia por un crimen cometido por un ser inmune a su
acción, y que dado el tiempo transcurrido y la carencia de pruebas,
parece condenado a la impunidad?
En
una emisora nacional se llegó a insinuar que si el crimen ocurrió en un hotel
de Estados Unidos, el agresor podría ser pedido en extradición. Y en otro medio se informó que Morales, como encargada
de asuntos internacionales de la Secretaría de Prensa de la Presidencia bajo el
gobierno de Uribe viajó con él en seis oportunidades durante el 2003 fuera del
país: una vez a Paraguay, otra Argentina, a Perú y tres veces a Estados Unidos.
¿Será
la confirmación de la sospecha la única forma de lograr que “el importante
hombre” -que goza de tanto poder, que ha sabido evadir la acción de la justicia
durante décadas, manejar las instituciones a su antojo y tanto dominar las
ramas del poder público como adormecer la conciencia ética de una nación-, sea
por fin enjuiciado y procesado? Lo dudo mucho.
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