Si hay por quien votar
En las próximas elecciones hay
que dar un
giro hacia la decencia
Dos
hechos estimulan la decidida participación ciudadana: el hastío a la corrupción
y la necesidad de garantizar el cumplimiento de los acuerdos y el avance de la paz.
Marzo 6 de 2018
En
las próximas elecciones, tanto legislativas como presidenciales, se medirá la
madurez política del pueblo colombiano y su capacidad para interpretar con
acierto el gradual proceso de transformación que vive el país; el cual exige,
como nunca antes, un verdadero desarrollo democrático, una justicia eficaz y plenas
garantías para la participación política.
A
diferencia de procesos electorales anteriores, está vez la ciudadanía pensante
ha decidido participar de manera directa, motivada principalmente por dos
razones: el hastío a la corrupción generalizada de los políticos traiciónales y
sus partidos, y la necesidad de garantizar una paz real y efectiva que, más allá del desarme de los grupos insurgentes,
permita impulsar profundas transformaciones sociales, políticas, económicas y
culturales en Colombia, uno de los países más desiguales del mundo y con las
más bajas condiciones laborales del continente.
El
fastidio que produce la politiquería, el anhelo de paz, el miedo a perder una
oportunidad histórica para construir un nuevo país, y las enconadas acciones-reacciones
de las castas tradicionales que temen que otra propuesta y otro tipo de
ciudadano llegue al poder, nos impelen a actuar con más responsabilidad y conciencia histórica que nunca. Y es por
ello que varios sectores sociales, activos, críticos y analíticos, se han
lanzado al ruedo para proponer desde la acción legislativa un cambio rotundo
que permita que en Colombia se consolide un real Estado Social de Derecho.
Buena parte de la ciudadanía ha llegado a la misma
conclusión a la que llegó el líder y estadista francés Charles De Gaulle, en el
siglo XX: "La política es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos
de los políticos". En efecto, siendo la política la actividad mediante la
cual se toma decisiones colectivas sobre hechos, problemas y situaciones de
interés colectivo, no es posible sustraerse de ella y menos aún, albergar la ilusión
de construir una nación justa y en paz, si no se actúa desde la política.
La sistemática defraudación que su ejercicio ha
generado a las mayorías populares, la dificultad para que personas ajenas al
establecimiento puedan ejercer su derecho constitucional a elegir y ser elegidas,
y la indignante perpetuación de un modelo violento, represivo, corrupto y poco
transparente en todos los procesos electorales, han degradado la democracia hasta
convertirla en una ridícula oclocracia sumida en una perversa y excluyente plutocracia.
La vetusta democracia que marcó la
ruinosa vida nacional de años pasados y profundizó la actual crisis social e institucional,
debe llegar a su fin; y serán los ciudadanos y las ciudadanas conscientes
quienes, con su voto reflexivo, podrán lograrlo. Es tiempo de elegir propuestas
concisas y sinceras y desechar las mentiras edulcoradas que cada cuatro años
repiten los mismos candidatos.
En
los comicios electorales del 11 de marzo, 27 de mayo y, muy probablemente, 17
de junio, los ciudadanos se enfrentarán a la disyuntiva de elegir entre quienes
proponen perpetuar el modelo excluyente, clientelista y de maquinarias que se
impuso sin dificultades durante más de cien años, a través de los partidos
tradicionales y sus derivados (Cambio Radical, Partido de la U, sectas político-cristianas,
y los movimientos gestados en la matriz del paramilitarismo, optando por los
mismos apellidos o sus herederos, algunos de ellos detenidos por sus vínculos
con grupos narcoparamilitares, corrupción y participación en crímenes de lesa
humanidad), o quienes llegan, algunos por primera vez, a la escena pública electoral
con ideas renovadas para proponer formas más limpias y honestas de hacer
política. Son estos últimos, los candidatos que integran las listas de la Coalición
por la Decencia (ASI, UP, MAIS) y de la Coalición Colombia (Polo Democrático,
Verdes y Compromiso Ciudadano).
Las
listas que buscan romper con el continuismo de un modelo de gobierno que ha perpetuado
la desigualdad social y económica, negado derechos fundamentales a la población
y que, incluso, ha acudido a la violencia para contener los procesos de
resistencia y organización social, están integradas, en su mayoría, por personas
deliberantes, sin antecedentes penales, ni turbios padrinazgos, sin vínculos
con la parapolítica, sin familiares procesados e investigados por diferentes
delitos, sin maquinarias ni banderas ensangrentadas o manchadas por el crimen y
la corrupción. Se trata de ciudadanos con vocación de servicio, de enorme coraje,
solvencia ética y amplia experiencia en el trabajo social y comunitario que, a
través de sus largas trayectorias, casi siempre ajenas a la función pública,
han demostrado su compromiso con la defensa de la justicia, la vida y los derechos
humanos; ciudadanos íntegros y valerosos que hoy postulan sus nombres para
pasar la página del horror, vencer la miseria física y moral de la sociedad colombiana
e integrar un congreso sano y eficiente.
Sin embargo, hay quienes dicen que el país está
furiosamente polarizado y que se debe optar por los puntos medios, por las
posturas intermedias que no dicen nada, no se comprometen con nada, no conducen
a ninguna parte o nos arrojan a la más angustiosa incertidumbre. Afirman que Colombia
se encuentra inmersa en una insondable contradicción histórica; lo cual no es
novedad: en crisis, polarización política y contradicción se encuentra desde el
siglo pasado cuando los congresistas se debatían a tiros en al Capitolio,
pactaban con las mafias proyectos de ley y legislaban para beneficio de
minorías acaudaladas que les financiaban sus campañas; empresarios y políticos
tradicionales actuaban en alianza con grupos de sicarios y buena parte de la cúpula
castrense, para eliminar a todo representante de los intereses populares con
opciones de llegar a la presidencia o legislar con decencia, y desde la matriz
del mismo Estado se ordenaba intimidar, perseguir y asesinar contradictores
políticos. Quizás lo novedoso es que cuando se logran avances importantes que
parecen indicar que el anquilosamiento político-social será superado para dar
paso a un Estado social, real, incluyente y garantista, vemos como esa contradicción
se profundiza. Mientras tenemos un gobierno que se la ha jugado por desarmar a
las insurgencias y desmovilizarlas, construir una paz negativa y proponer algunas
reformas en mora de ser impulsadas desde hace lustros, como la ley de víctimas
y restitución de tierras, y emerge una
nueva ciudadanía consciente y empoderada, dispuesta a pasar de la protesta a la
propuesta; al mismo tiempo se minimiza o se niega la operación gatillo contra
líderes sociales, se encubren los crímenes de Estado, se recorta la inversión
social, se restringen servicios y productos del ya de por si deficiente y
elitista sistema de salud, se privatizan empresas públicas, se destinan
recursos estatales para la educación a universidades privadas mientras se
ignora el déficit de las públicas, se impulsa un modelo económico neoliberal
que propone reducir la intervención del Estado para favorecer al sector privado,
se reprime y criminaliza la protesta social, se entregan los recursos naturales a grandes
monopolios extranjeros y se imponen, desde al alto poder, la impunidad, la ignorancia
y el dogmatismo en temas de enorme
trascendencia para el país, como ocurrió con el plebiscito por la paz.
Vemos como aún se sostiene el mismo debate polarizante
de hace un siglo: Derecha vs izquierda; capitalismo vs comunismo. “El capitalismo
crea desigualdad social e inequidad, recorta la inversión social, promueve la
competencia desigual, genera violencia e inseguridad y recorta derechos y
libertades para ofrecer espejismos de seguridad”. Es innegable. Pero el desafío
actual es mucho más profundo. Ya no se trata de centrar la polémica entre opuestos
que se nutren entre si y se requieren para coexistir; se trata de dar un giro
hacia la decencia, de elegir entre los viejos paradigmas que han mal-gobernado
este país o las nuevas ideas; de elegir entre una política de privilegios para
minorías o una política que garantice los derechos de las
mayorías. Se trata, en concreto, de construir una sociedad más justa, equitativa,
coherente y con capacidad para responder, al margen del libreto, con grandeza,
generosidad y humanidad a los asuntos no resueltos del pasado y a los nuevos
desafíos que propone nuestro tiempo, como el cambio climático, la devastación
ambiental y las crisis de las democracias dominadas por las corporaciones y el
poder del capital.
Urge romper el discurso de la exclusión y la
violencia, reconocer que Colombia ya no es el país que indiferente permitió un
genocidio de casi cinco mil personas afiliadas a la UP a finales del Siglo XX, ni aquel en el que la
bota militar aplastaba al poder ejecutivo y a toda voz disidente. Hoy vemos opciones
diferentes y novedosas en el espectro electoral, y, pese a las contradicciones,
podemos creer que un cambio si es posible desde la acción política. Si queremos que el país cambie tenemos
entonces que elegir el cambio con nuestro voto. Y esta vez sí hay por quien
votar.
Como
aspirantes al senado por Coalición Colombia figuran nombres de prominentes y
destacados ciudadanos, como Pedro Pacanchique (No 17 por el Polo Democrático), Fabio
Mariño (No 19 por el Partido Verde), Gabriel Bustamante (No 13 por el Partido
Verde), Jorge Enrique Robledo (No 1 por el Polo Democrático), Antanas Mockus
(No 1 por el Partido Verde), Angélica Lozano (No 10 por el Partido Verde) y Darío
Germán Umaña Mendoza (No 8 por el Polo Democrático). Para Cámara de
Representantes está Sergio Fernández, vocero de la Mesa Amplia Nacional
Estudiantil -MANE- (No 102 por el Polo Democrático). También permanecen con
enormes logros legislativos Iván Cepeda (No 10 a Senado) y Alirio Uribe (No 110
para Cámara) por el Polo.
En
la lista al senado de la Coalición por la Decencia encontramos destacados y valientes liderazgos,
como Luz Marina Bernal, madre de Soacha (No 91); Aída Abella (No 5), Gloria
Flórez (No 10), Gustavo Bolívar (No 1) y Tarsicio Mora (No 7). Para Cámara
están: Ana Teresa Bernal, mujer valiosa, defensora de Derechos Humanos,
fundadora de Redepaz, e impulsora en 1997 del Mandato ciudadano por la paz, la
vida y la libertad', (No 110) y María José Pizarro (No 101), entre otros.
Para
presidenciales figuran los candidatos que representan el continuismo turbio y parasitario,
como German Vargas Lleras y el ungido por el investigado y cuestionado senador
Álvaro Uribe; los tibios; los que no despiertan simpatía ni credibilidad; y el
único candidato capaz de dar un salto histórico al actual modelo de gobierno
para garantizar un país de justicia social, desarrollo integral, conciencia
ambiental, equidad, transparencia y progreso para todos y todas. Gustavo Petro
encarna la esperanza popular; su propuesta es audaz y coherente, tiene la visión,
el coraje y la dignidad que se requieren para impulsar las grandes
transformaciones; además combina con acierto pragmatismo con ilusión, es
valiente, tiene experiencia en la función pública, liderazgo, independencia y es,
ante todo, un hombre decente.
Hay
otras candidaturas también interesantes, que, aunque no puedan garantizar el
fin del continuismo ni sustraerse de las maquinarias del poder tradicional, presentan
propuestas algo más ajustadas a la realidad del país. Una de ellas es la de Humberto
de La Calle Lombana, un hombre serio, decente, consciente y estructurado, pero que
lleva encima la tortuosa carga de ser el candidato del Partido Liberal. De La
Calle condujo con aplomo y transparencia
el proceso de Paz con las FARC y entendió, como lo ha expresado públicamente en
repetidas oportunidades, que nuestra gran tragedia nunca fue la guerra ni las
FARC, sino la clase política dominante que desde los albores de la república se
dedicó a construir un país desigual, injusto e inequitativo; un país de castas,
de explotadores y explotados, de minorías acaudaladas y mayorías pauperizadas.
La negación de derechos y libertades y el accionar violento y represor de los
dos partidos tradicionales dio origen a las luchas armadas en Colombia. De La
Calle, siendo un buen candidato está maniatado, y de ser elegido presidente, cosa
que de seguro no sucederá, no podría desentenderse de las presiones, vicios y
demandas de los viejos zorros de la política que dominan en su partido.
Otro
nombre que no molesta es el de Sergio Fajardo, un maestro decente, carismático,
sensible y con una limpia trayectoria en la función pública, pero su falta de
posición y claridad en algunos temas esenciales para el país, generan enorme
desconfianza. Es posible que en campaña esté jugando a quedar bien con todo el
mundo, a evitar las confrontaciones y a mostrarse como una opción capaz de
trascender la polarización y alcanzar la reconciliación, lo cual no es del todo
cierto, pero una vez llegue al poder, si es que llega, tendrá que asumir
posiciones y tomar decisiones. Su ambigüedad no permite advertir que tipo de decisiones tomaría, con quienes
estaría dispuesto a sellar alianzas y cuál sería el eje de su agenda de
gobierno.
Siendo
así, la única opción para liberar a Colombia del yugo asfixiante de sus élites
corrompidas e indolentes y construir un nuevo y mejor país es Gustavo Petro. No
hay más.
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