Chile arde (3); Soplan vientos desde el sur…
Tercer reporte (24 de octubre de 2019)
Decía Arnold Toynbee que cuando la estructuras
sociales se tornan rígidas y asfixiantes, surgen las minorías creativas que precipitan
el cambio y logran el despertar en la conciencia de los pueblos. Es exactamente lo que está sucediendo en
Chile. Fueron los estudiantes el detonante para que una sociedad contenida,
asustada y profundamente adolorida durante décadas de malos gobiernos, saliera
a las calles a declarar su hastío. No por el aumento de treinta pesos en el precio
del pasaje del metro sino por treinta años de recortes en la inversión social, en
educación, salud y pensión, de carestía, injusticia social e inflación; por el
sistemático abuso y la brutal represión.
Para el ministro del Interior, Andrés Chadwick los ciudadanos
que salen a las calles a exigir derechos, son vándalos, violentistas que hacen
parte de grupos delincuenciales que hay que combatir. Para el de Economía, el
ciudadano debe acatar las disposiciones del gobierno sin chistar y sacrificarse
un poco a cambio de la recompensa: "Quien madrugue puede ser ayudado
a través de una tarifa más baja” en el tiquete del metro, propuso. Vándalo es el
que protesta y el gobierno es caritativo con quien atiende mansamente los
caprichos del poder. Ni lo uno ni lo otro. Los ciudadanos que protestan ejercen
un legítimo derecho que fortalece la democracia, y la función de los gobiernos
no es hacer caridad cristiana; es mejorar las condiciones de vida de
los ciudadanos, orientar una política pública de progreso y bienestar, administrar
los recursos de la nación con transparencia y responsabilidad y garantizar
justicia, equidad, convivencia, unidad, paz y democracia en todo el territorio.
Ya se completa una semana con Chile en llamas, y lejos
de contenerse la indignación ciudadana, el estallido social se va transformando
en una poderosa insurrección popular con tintes de revolución. El gobierno acorralado
envía a los militares para que repriman, maten y persigan, mientras el jefe de
Estado pide perdón al pueblo por no haber atendido sus necesidades, las que,
según afirma, vienen de administraciones anteriores. “Es verdad que los
problemas se acumulaban desde hace muchas décadas y que los distintos gobiernos
no fueron ni fuimos capaces de reconocer esta situación en toda su magnitud.
Reconozco y pido perdón por esta falta de visión", dijo en un mensaje
televisado desde el Palacio de La Moneda.
Ahora, cuando hay más de 2.138 detenidos, 389 heridos
o más, una veintena de fallecidos, chicos abaleados y sin ojos, decenas de mujeres violadas, calles
semidestruidas y esqueletos de buses chamuscados sobre las principales avenidas,
el presidente dice que impulsará una nueva agenda social que incluya un aumento
del 20% en las pensiones más bajas. Los sindicatos ya le respondieron llamando
a huelga total, los trabajadores portuarios cesaron actividades y las marchas
se intensificaron. Los ciudadanos sonríen, se saben poder y ya no le creen. Las
palabras de Piñera en lugar de tranquilizar, perturban, alteran y enfurecen. Piñera
pide perdón a su pueblo porque tiene miedo no porque tenga conciencia. Pide
perdón porque sus intereses se han visto amenazados, porque su capacidad de
control se ha visto rebasada, porque aún cree en la dócil ingenuidad del pueblo
y que de nuevo, como han hecho sus antecesores, lo podrá engañar. Su perdón
ofende. Sus palabras no llegan, no tienen eco, son espuma que se deshace bajo
el llanto y la sangre fresca de las miles de personas que hoy están siendo
masacradas en las calles de Santiago y de otras ciudades de Chile sin que hasta
el momento la ONU, la OEA o los gobiernos de otros países hayan elevado la voz para
rechazar la represión y la violación de los derechos humanos. Solo hace un par de días 47 de los 155
legisladores que componen la Cámara Diputados de Chile, enviaron una carta a la
ex presidenta Michelle Bachelet, Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la
ONU pidiéndole una comisión que verifique en terreno la situación de los
derechos humanos en el contexto de la protestas y la violenta represión.
El ministro de Economía, Juan Andrés Fontaine, también
pidió perdón en las últimas horas por haber llamado a madrugar a los chilenos. “Entiendo
perfectamente la molestia que causaron mis palabras un par de semanas atrás.
Humildemente, yo pido perdón. Esas palabras de ninguna manera reflejan lo que
quise decir… No reflejan lo que siento, no reflejan lo que creo y lo que ha
sido y es mi trabajo 100% dedicado a mejorar la vida de los chilenos”, afirmó. Seguramente,
en contados días, otros altos funcionarios, como si estuvieran en una procesión
televisada, emularán el loable ejemplo y saldrán a pedir perdón, harán meas
culpas, suplicarán mesura en las calles, exhortaran a la gente a volver a su
rutinas, a su trabajos, a su miserable vida habitual, a la normalidad. En menos
de una semana de revueltas el presidente de la república, un ministro y la primera
dama han pedido perdón.
Luego de cinco días de ebullición popular y aún bajo
estado de emergencia y toque de queda de seis horas, que a decir de algunos
constitucionalistas es ilegal, ha retornado el servicio de internet y Tv que
estuvo suspendido. Las imágenes del terror y la brutalidad militar dan la
vuelta al mundo. Aumentan las denuncias de asesinatos, desapariciones forzadas,
secuestros, abusos sexuales y todo tipo de crímenes y desmanes por parte de la
fuerza pública. En redes sociales circulan videos que dan cuenta de ello,
uniformados agrediendo por igual a hombres, mujeres, ancianos y niños,
incendiando productos de supermercados, disparando contra la población, golpeando
con bolillos, rompiendo ventanales, imponiendo el terror en las calles e infiltrando
las manifestaciones con encapuchados que descienden de vehículos oficiales y se
reúnen en callejones desiertos con uniformados. Diferentes organizaciones de
Derechos Humanos han emitido alertas ante la grave situación, incluso se impusieron
medidas de protección a favor de tres adultos y un adolescente, que invocaron
la Convención Contra la Tortura al haber
sido violentados por la fuerza pública. El gobierno insiste en desplegar todo
su arsenal represivo contra la población civil pero en vez de obtener como
respuesta el miedo y la retirada masiva de los manifestantes, más y más
personas, gremios y colectivos se suman y crece la resistencia civil en las
calles de Concepción, Valparaíso, Santiago y las comunas de Iquique, La Serena
y Coquimbo, entre otros lugares. El miércoles las protestas fueron masivas en Valparaíso,
en la Plaza de Armas de la ciudad de Temuco, capital de la Araucanía, tierra de
Mapuches, en la Plaza Italia de Santiago, en carreteras y parques, donde aún suenan
los pitos, las consignas, los llamados al pueblo a resistir y al gobierno a tomar
otro rumbo. Para el viernes está convocada la jornada más dura hasta el
momento. Se unieron al paro los camiones y los buses urbanos, y se prevé la
toma de autopistas para reclamar por el precio de los peajes (tag).
Abogados constitucionalistas amenazan con llevar sus
denuncias a instancias internacionales para rechazar tanto la declaratoria de estado de emergencia como la violencia que emplea la fuerza pública contra los manifestantes.
El abogado constitucionalista Jaime Bassa, declaró en rueda de prensa que lo
que está viviendo el país es muy difícil de procesar en términos jurídico constitucionales.
“Hoy día estamos en una excepción dentro de la excepción constitucional; no
estamos propiamente en un estado de excepción constitucional, estamos al margen
de un estado de excepción constitucional. Lo que estamos viendo hoy día en la
calles es violencia estatal de facto que no tiene absolutamente ningún respaldo
normativo, ninguno”[1].
La expectativa sobre el alcance de este estallido social
aumenta con el paso de las horas; el mundo observa consternado y se pregunta ¿A
qué hora se desató este incendio social sin que nadie lo advirtiera? ¿Hasta cuándo
se mantendrán los ciudadanos en las calles? ¿Podrá sobrellevar al país este
caos y la semi parálisis laboral en medio de una violencia que aumenta día a
día cobrando más y más víctimas, incrementando el pánico financiero y generando
la caída en el precio de algunas acciones en la bolsa? No es secreto que las
crisis sociales generan inestabilidad económica, lo que a su vez ahuyenta las
inversiones. Hay temor por el desabastecimiento. Ya algunas cadenas de
supermercados como Jumbo, solo venden 20 unidades por persona, los colegios y
universidades han suspendido clases, y salvo los trabajos esenciales, las
jornadas laborales se han recortado hasta las 2 o 4 de la tarde. ¿Hasta cuándo resistirán?
La profesora Camila Vicuña cree que la resistencia
continuará en las calles durante otro tiempo más. “Quizás nos tome todo el mes
de noviembre, y dada la fuerza y la convicción que nos anima, es más probable
que el gobierno afloje antes que la gente. Esto es muy serio, por primera vez
las personas de todos los sectores económicos, sociales, de izquierda, centro,
incluso de derecha, han abierto los ojos y desafiado el silencio y el temor. Este
camino, con sus costos y sus dificultades, es irreversible”.
En las calles y en redes sociales se pide la renuncia
de Piñera, pero para Camila el tema va más allá de un mandatario y un gobierno.
“La presión social podría obligarlo a dimitir, pero no creo que suceda, de
cualquier modo nada sacamos si cae él y nos montan uno de la misma cuerda o peor.
No es un hombre lo que debe cambiar -aunque estaría bueno que sucediera-, es un
modelo, una Carta Política y una concepción de país los que tienen que cambiar.
Piñera, como su gabinete y los partidos gobiernistas aún no dimensionan lo que
está ocurriendo, creen que con una propuesta populista, como la de antenoche ya
quedó todo solucionado. Pero no. El país no les cree. Y es maravilloso
constatar cómo aumenta la conciencia y el nivel de compromiso de la gente. Los
políticos se han dado de volteretas y hoy el país los hace callar. Por primera
vez en muchas décadas todos somos importantes. Hoy somos ciudadanos libres los artífices
de nuestro destino. Y vamos por una Asamblea Constituyente. Los grandes cambios
que reclama Chile vienen de la mano de un cambio en la Constitución
Pinochetista que hoy nos mantiene
anclados en una visión retardataria y limitada, propia del pasado”.
Desde Concepción, la artista Paula Jara, logró volver
a casa a tiempo antes del toque de queda. “Estoy sentada viendo todo lo que
está pasando, lejos de las contadas manifestaciones que desafían el toque de
queda, pero feliz. Es impresionante lo que estamos viviendo. Chile entero está
de pie en las calles, se me pone la piel de gallina... Es increíble este despertar.
Desde Arica hasta Punta Arenas, todos, en todas partes, en cada ciudad, sobre
las carreteras, en pueblos pequeños, todos manifestándose en las calles, gritando
“vamos juntos por un nuevo país”. Han sido décadas de abuso, décadas en los que
la gente la pasó mal, comió mierda y encima tuvo que dar las gracias y bajar la
cabeza, pero hoy el pueblo se ha unido en un mismo sentir, y tengo la plena certeza
que ningún chileno bajará los brazos, ni disminuirá el ímpetu para salir mañana
nuevamente, y pasado mañana, y el día siguiente y la semana próxima a las
calles para manifestarse hasta que el gobierno nos dé lo que justamente estamos
reclamando.
Adoro que esté pasando esto, no sabes cuánto nos
emociona y nos llena de orgullo, después de ver tanta injusticia y desigualdad durante
los últimos años. En este país de máscaras, donde el presente es una ilusión,
no descartaría, que el espiral se transforme en una revolución absoluta. El
descontento es demasiado y el silencio ha sido demasiado largo... Siento que un
mundo paralelo nos pisa los talones. Pienso en la humanidad, en los saqueos, la
ira y el hambre, en los proyectiles, en los niños holocausticos que han crecido
en condiciones ‘infrasociales’, desprotegidos y ajenos a todo aquello que
conocemos como amor, cuidado y principios. Los disparos se escuchan, no a lo
lejos, en la almohada, como un sueño profundo, inconsciente y dramático, que va
adquiriendo la perfección de un matiz subliminal. El viento sopla y un susurro
transita emancipando la noche, ¿festeja o llora? No lo sé, no soy adivina,
aunque escucho voces más allá del horizonte”.
Violeta Prats, una estudiante de maestría en
administración, vive en el sector residencial Las Condes, y piensa que aunque hay ilusión por alcanzar un cambio no es un
momento feliz. “Es un momento de mucha tensión, la represión está desbordada, el
Estado lo ha hecho mal durante mucho tiempo y el gobierno actual esta ajeno a
la realidad del país, los ministros se burlan del pueblo una vez tras otra, y
el presidente es un cretino de tiempo completo. El ejército y las fuerzas
especiales están en las calles y hay reportes de heridos y muertos con arma de
fuego. En la prensa solo hablan de los incendios y saqueos, están violando a
las niñas y torturando a los jóvenes. El país está unido, ya se han sumado varias regiones y gremios al
paro nacional. Pero también hay sectores que no quieren esta revuelta y están
en pánico comprando comida como si fuera el fin del mundo, anhelando qué el
ejército imponga orden al costo qué sea, porque no pueden ir al ‘gym’, porque
el bebé se despierta con las marchas… Me siento afortunada de ser testigo de
una revolución popular, porque eso es lo que se está gestando, sin duda, una
verdadera revolución”.
El gobierno chileno debe andarse con cuidado; cada
intervención suya, prepotente, amenazante, populista o que desconozca la
importancia, el significado y la fuerza de lo que está sucediendo en las calles
solo contribuye a aumentar la rabia, la resistencia y la indignación popular. A
la afirmación del jefe de Estado indicando que el país estaba en guerra, se
sumó el martes pasado la voz de la primera dama, Cecilia Morel, comparando la crisis
social con una “invasión alienígena” que no pueden combatir. Los ciudadanos no
confían ya en sus gobernantes, y que estos perciban al pueblo como una amenaza
que se debe repeler, profundiza la grieta que los separa.
Soplan vientos desde el sur….
El cuarto aumento en el valor del pasaje de metro en
dos años fue el detonante pero no la causa del furioso estallido. Desde hace
varios años Santiago es una de las ciudades donde se realizan más
manifestaciones al año en todo el continente. Todas focalizadas en un tema en concreto.
En mayo de 2018, en medio de una semana de agitación estudiantil, la
Confederación de Estudiantes de Chile (Confech) y otras organizaciones
feministas convocaron a miles de estudiantes universitarias y de secundaria a
la marcha contra la "violencia machista" y por una "educación no
sexista". Miles de mujeres, algunas encapuchadas y en "topless" se
tomaron las calles gritando "Alerta, alerta, alerta machista, que todo el
territorio se vuelva feminista" y "No significa No”. También
exigieron una ley integral contra la violencia de género.
En junio del presente año, profesores de enseñanza
básica y media, que demandan mejoras en la educación pública y acusan al gobierno
de indiferencia frente a lo que consideran una crisis en el sector, se
declararon en huelga indefinida. “Más de 50.000 manifestantes se desplazaron
por la Alameda Bernardo O'Higgins, la principal avenida de la capital chilena, y
también en otras ciudades, en una marcha que comenzó pacífica pero terminó en
graves disturbios”. En repetidas ocasiones diferentes sectores y organizaciones
sociales han llamado a la ciudadanía para manifestarse en contra de las Administradoras
de Fondos de Pensiones (AFP), el alza en los servicios públicos como energía y
agua, la ley de migración, la aprobación del tratado transpacífico (TTPP11), el
extractivismo, las objeciones de conciencia en aborto, la agudización de la
violencia contra las mujeres y contra el pueblo mapuche, el alza en la
educación, en el servicio de metro, en la canasta familiar, etc. En septiembre
pasado, como cada año, miles de personas acudieron a la marcha por los Derechos
Humanos para conmemorar los 46 años del golpe de Estado, rendir homenaje a los
desaparecidos y a todas las víctimas de la dictadura cívico-militar de Augusto
Pinochet (1973-1990), y declarar su lucha contra la impunidad. La marcha culminó
con una fuerte represión policial, detenidos, heridos y disturbios en la
capital.
El descontento social viene en aumento desde hace
varios años, y la respuesta del gobierno siempre ha sido apagar fuego con
gasolina. Reprimir la protesta, maltratar al ya maltrato pueblo, enviar tropas
para que en uso de una fuerza desmedida violen los derechos humanos mientras el
presidente Piñera asegura en el exterior que Chile es un oasis de paz. El agua
se venía filtrando y nadie le prestó cuidado, hasta ahora cuando se produjo un
rotundo estallido social que amenaza con producir un quiebre político y una crisis
financiera. El pueblo sabe que una vez se agoten las vías propias de la protesta
ciudadana, las fuerzas sociales tendrán que desplazarse hacia otro escenario, y
ese podría ser una gran Mesa Nacional de Concertación, que no sea, como afirman
algunos ciudadanos, el excluyente Acuerdo Nacional que propone Piñera. Se
trataría de una gran mesa técnica de estudio, análisis y propuestas, donde estén representados todos los sectores sociales
y se diseñe una ruta viable para impulsar a la mayor brevedad reformas estructurales
que modifiquen el retardatario sistema actual. ¿Cuál es esa ruta? Una Asamblea
Nacional Constituyente que derogue la constitución que se aprobó en 1980 bajo
la dictadura de Pinochet. Chile necesita transformarse en un real Estado
democrático social de derecho pleno de garantías, donde se realicen completamente
los derechos humanos y sean estos fundamento del mismo Estado.
La desigualdad social en Chile, aunque es menor a la de
Colombia, es escandalosa y los salarios de la clase trabajadora son demasiado
bajos si se compara con el costo de vida y las sistemáticas alzas en bienes y
servicios. “Según reveló la última edición del informe Panorama Social de
América Latina elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el
Caribe (Cepal), el 1% más adinerado del país se quedó con el 26,5% de la
riqueza en 2017, mientras que el 50% de los hogares de menores ingresos accedió
solo al 2,1% de la riqueza neta del país.
Por otra parte, el sueldo mínimo en Chile es de
301.000 pesos (US$423) mientras que, según el Instituto Nacional de
Estadísticas de Chile, la mitad de los trabajadores recibe un sueldo igual o
inferior a 400.000 pesos (US$562) al mes” [2].
El presidente Sebastián Piñera, con una mensualidad superior
a los US$15.000, es el presidente con el sueldo más alto en Latinoamérica, lo
cual es tremendamente ofensivo cuando se le exige austeridad al pueblo, se incrementa
el costo de la luz, del agua y del transporte, y se le dice que no hay recursos
para atender la crisis en el sistema público de salud.
El "milagro económico" de este país, acuñado
por el economista estadounidense Milton Friedman -considerado el ‘arquitecto
intelectual’ de la revolución económica de Chile- durante la dictadura militar,
parece haber ignorado las demandas de una sociedad en extremo abusada, como
señaló el diario BBC News. El modelo económico impuesto desde la Escuela de Chicago
en Chile, que incluía la aplicación de políticas de terapia de shock
-incompatibles con un sistema democrático-, fue tan cuestionado desde el
exterior que la misma primera ministra de Gran Bretaña, Margaret Thatcher, pese
a elogiar el éxito de la economía chilena, declaró que “dadas nuestras instituciones democráticas y la
necesidad que aquí existe de alcanzar un elevado nivel de consenso, algunas de
las medidas adoptadas en Chile son del todo inaceptables”[3].
Cayó la dictadura en 1990. El modelo se sostuvo.
Sólo hasta ahora, cuando la crisis se desbordó y la
ciudadanía reaccionó, la clase política entendió que el país no está bien -aunque
ella esté mejor-; supo que había llegado el tiempo de mirar a la gente, de escucharla
y de reconocer la justicia en sus demandas. En tan solo cinco días de protestas,
el pueblo logró que se descartara el aumento en el pasaje del metro, que los
parlamentarios en la votación en la Cámara de Diputados se rebajaron su sueldo
mensual bruto de $9.349.851 (equivalente a 33 SMMLEV), que el presidente de la
confederación de la Producción y Comercio Alfonso Sweet afirmara “es hora de
escuchar con oídos bien grandes” y que el jefe de Estado pidiera perdón por su
falta de visión para anticipar el estallido social. El pueblo unido en las
calles ha logrado que el gobierno lo mire, piense en su precaria situación y
entienda que los privilegios no pueden ser solo para minorías acaudaladas, que
las cosas tienen que cambiar para beneficio de las clases populares.
La profesora Camila Vicuña, estuvo en la Plaza Italia,
caminó por la ciudad y en la noche escribió: “Acabo de llegar a casa luego de un recorrido por el centro,
por la avenida Providencia y la alameda del Libertador Bernardo O'Higgins. A
pesar de las provocaciones, de los gases que tiran los Carabineros y los
chorros de agua, las personas se siguen sumando. Da fuerza, optimismo y esperanza
ver como crece el número de personas en la calles, la solidaridad y el ánimo
que se imparten unos a otros. No hay ganas de enfrentamiento, los chilenos solo
pedimos que nos escuchen en paz, sin colores políticos ni banderas que nos
dividan, que entiendan que no queremos más de lo mismo. El país ríe, el país
tiene fe porque siente que está cultivando nuevamente su corazón, porque estamos
confiando en nuestra gente, en lo que unidos podemos lograr.
Este dolor que mantuvimos durante tantos años era
necesario, hoy lo entiendo, lo guardamos con tanto celo y mira cómo nos está
sirviendo. Necesitábamos llorar en silencio hasta inundarnos por dentro para
poder vivir este maravilloso despertar. ¡Viva Chile, viva su gente!”.
Fotos de C.Miranda.
[1] Video “Toque de queda - Intervención abogado
constitucionalista Jaime Bassa - Comisión de DDHH”. Chile, 23 de octubre de
2019. Ver la declaración completa en: https://youtu.be/_dEX91XOfGY
[2] BBC News Mundo; “Protestas en Chile: 4
claves para entender la furia y el estallido social en el país sudamericano”.
Por Fernanda Paúl. Santiago, 23 octubre 2019.
Consultado en: https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-50115798
[3] Naomi Klein; La doctrina del shock.
El auge del capitalismo del desastre. Capítulo 6. “Salvados por una guerra”. El
thatcherismo y sus enemigos útiles. Pág
177. Random House, Cánada, 2007
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