Por una Ley del escritor
En 1985, luego de quince años de lucha e insistencia por parte del diverso gremio de artistas y productores, se aprobó en Colombia la ‘Ley del Artista’. Con ella se creó el Fondo de Seguridad Social del Artista Colombiano (entidad de previsión social adscrita al ministerio de Trabajo y Seguridad Social -derogada por la Corte Suprema en 1990-); se ordenó promover el arte y el folclor nacional, crear planes de vivienda para beneficio del artista, otorgar crédito a sus afiliados para la formación, perfeccionamiento o complementación de su educación o adquisición de material y equipos propios de sus actividades artísticas, entre otras medidas. En 2010 se sancionó la Ley 1403 o ‘Ley Fanny Mikey’, la cual reconoció el derecho irrenunciable de los artistas e intérpretes audiovisuales (actores y dobladores de voz, entre otros) a percibir una remuneración equitativa por la comunicación pública de las obras y grabaciones audiovisuales. En junio de 2017 se aprobó la ‘Ley Pepe Sánchez’ sobre derechos de autor, con la que se ordenó el pago de regalías a directores, libretistas y autores de obras audiovisuales.
En abril del 2019, luego de un
largo periplo por el legislativo, con el liderazgo del actor Julián Román,
secretario general de la Asociación Colombiana de Actores, entró en vigencia la
Ley 1975 o ‘Ley del Actor’, con el objetivo de mejorar las condiciones
laborales del gremio, promover estímulos para artistas en proceso de formación
o recién graduados, y asegurarles reconocimiento en el Código Sustantivo del
Trabajo.
Estas tres leyes, la del 2010,
2017 y 2019 fueron definitivas para crear una ruta hacia la dignificación, el
respeto y la formalización de la industria audiovisual y el oficio del artista;
pero al margen de ella no existe ninguna otra que reconozca a los escritores
(ni siquiera guionistas o libretistas) como artistas o como un gremio que
necesite protección.
La realidad de los escritores es
de absoluta desprotección por parte del Estado. Ni siquiera son claramente
reconocidos. No son escritores los que estudian creación literaria, técnicas narrativas,
lengua y literatura en programas de postgrado, seminarios, talleres y cursos especializados
porque nadie se gradúa de escritor; todo escritor es empírico, se hace escritor
leyendo y escribiendo, y cuando se tiene algún título profesional es en otra
carrera, a veces afín como comunicación social o periodismo u otra sin aparente
conexión pero necesaria como plan B en caso de que la labor de escribir no garantice
la supervivencia, como casi siempre ocurre. El escritor es un creador literario
cuya materia prima son las palabras, la realidad y la imaginación.
En Colombia el oficio de
escribir no tiene reconocimiento distinto al de la euforia que despiertan
algunos autores en su público, pero antes de eso, durante el proceso de
creación o de producción literaria, el escritor no cuenta con estímulos de
ninguna índole, ni con garantías laborales ni sociales, ni con una política estatal
que fomente la labor de escribir o permita la formalización del oficio; un oficio arduo,
sacrificado, casi siempre doloroso, incluso “atormentado y obsesionado” como afirmaba
Ernesto Sábato. El mismo Jorge Luis Borges reconocía que escribía con mucho
esfuerzo y dificultad: “Generalmente las frases que parecen muy sencillas y muy
espontáneas -decía- me han sido dadas después de muchos borradores, después de
muchas tachaduras”. El arte de escribir se conquista con mucho sacrificio y
dedicación, entregando horas al silencio y a la observación de esa página en
blanco, y del mundo con sus abismos y sus misterios. Eduardo Galeano reconocía
el reto cuando afirmaba que “no hay palabra fácil de atrapar”; todo escritor debe
tener los ojos limpios de telarañas y los oídos siempre abiertos.
Una descripción básica sobre lo
que significa ser escritor, es aquella que lo define como alguien que conoce la
gramática y utiliza palabras escritas en varios estilos y técnicas para
comunicar ideas o sentimientos. Los escritores producen diversas formas de narrativas
y escritos; novelas, cuentos, cartas, poesía, obras de teatro, artículos e
investigaciones periodísticas, guiones, ensayos, crónicas, entre otros. El
trabajo del escritor es solitario, pero cuando publica, intervienen muchas manos
y cerebros en el proceso, desde el mal llamado corrector de estilo, el editor,
el diagramador, el agente literario, el gerente comercial, el comunicador y
diverso personal que labora en la editorial. La mayoría de las veces el
escritor escribe porque no puede evitarlo, y pese a todo el esfuerzo y talento
que invierte en su trabajo, lo realiza casi de manera gratuita. En Colombia un escritor
recibe el 10% sobre el valor comercial por la venta de cada ejemplar de su
obra; si el libro se vende a 20 mil pesos, recibe 2 mil pesos por ejemplar vendido
o al menos eso es lo que se afirma en el contrato, porque muchas veces ni eso
recibe. El otro 90% se lo reparten entre la editorial y las librerías que lo
venden. Muchas editoriales ni siquiera se esfuerzan por ofrecer un libro o publicitarlo,
tienen tantas obras en su stock o algún best seller en primera
línea, que les da lo mismo si se venden o no sus nuevos títulos. El
escritor nunca sabe a ciencia cierta cuantos libros se imprimen ni cuántos se
venden, ya que su única fuente de consulta son los cortes o reportes que a
veces le envía la editorial cada seis meses: papeles escritos por la misma
empresa sin soporte alguno que confirme la veracidad de lo que allí se afirma.
Pero no es solo eso. El largo y
esforzado trabajo de escribir un libro se hace sin pago alguno, raras veces la
editorial entrega un anticipo, que por lo general es una cifra ínfima (un
promedio de USD$28 por mes durante un año), aunque hay trabajos literarios que
requieren mucho más tiempo, y casi siempre exigen dedicación tiempo completo. Un
escritor que invierte alma, horas, conocimientos, trabajo, talento y
creatividad, gana mucho menos que una empleada doméstica o un operario técnico.
El escritor no tiene
prestaciones sociales, ni garantías laborales ni siquiera alguien que hable en
defensa del oficio y de sus derechos porque en el país no hay asociaciones ni
gremios que le representen. Todos los escritores son sombras solitarias que
viven al borde de sí mismos, sacudiendo el alma, viajando a través de la
historia, la propia o la inventada, soñando con entregar todo su tiempo, esmero
y devaneos mentales al maravilloso oficio de narrar, con la esperanza de poder vivir
con orgullo, dignidad y decoro humano de su pasión sin tener que denigrar del
oficio, traficar con él o buscar otro medio, ajeno a la creación literaria, para
poder seguir escribiendo. Como decía Jorge Luis Borges en relación con ser
colombiano, ser escritor es “un acto de fe”. Escribir siempre es una labor
compleja.
Los escritores, literatos,
narradores, poetas, ensayistas o dramaturgos necesitan un Fondo de Seguridad
Social, apoyo nacional y solidaridad tanto de autores, maestros y lectores, como
de la empresa privada. Es prioritario crear la Asociación Nacional de Escritores
Colombianos para que mediante un proyecto de ley se regule el oficio, se estandaricen
los contratos y los pagos por derechos de autor y se incentive la creación
literaria. El congreso de la República podría promover esa ‘Ley del escritor’,
similar a la del artista para garantizar una remuneración equitativa, seguridad
social y lograr -desde el sector cultura- una política incluyente, amplia y
participativa que otorgue facilidades a los autores para la realización de su
trabajo, los financie, promueva su desarrollo profesional y el crecimiento de la
industria editorial del país.
En otros países ser escritor es
un oficio altamente valorado. En Noruega, por ejemplo, existe una política para
la protección del escritor y el fomento de la industria del libro. Un escritor
puede vivir de su oficio con cierto decoro sin tener que dedicarse a otra
actividad para poder sobrevivir. El Estado reconoce para autores jóvenes o emergentes
unas becas-sueldo superiores a los 25.000 euros anuales en promedio, y para los
escritores consagrados les garantiza, a través del programa estatal Norwegian
Literature Abroad (Norla), la producción de la obra, su traducción a
distintos idiomas y la publicación bajo un sistema solidario de compra de
libros para las bibliotecas.
En ese país no sólo se estimula
la creación literaria, con subvenciones a escritores, también se ofrecen
incentivos a las editoriales a través de un sistema de financiación mixto patrocinado
por el Estado con la cooperación de la industria y el respaldo solidario de
otros programas de gobierno. Además, se entregan becas completas para que los
escritores puedan viajar, investigar y renunciar a sus otros trabajos para dedicarse
tiempo completo a escribir un libro. Los fondos colectivos se nutren de los
recursos de préstamos de libros generando ingresos para los autores; (en 2017
el gobierno noruego pagó más de 11,6 millones de euros por este concepto a los escritores,
y por copias realizadas en universidades y empresas). Kopinor, la entidad que
agrupa a las principales organizaciones de autores y editores noruegos, entregó
más de 21 millones de euros el año anterior. Noruega hoy es uno los países que
más exporta literatura en el mundo, y puede hacerlo porque la labor cuenta con
apoyo y financiación. La biblioteca nacional ofrece más de 150 mil títulos publicados
en línea, los cuales se ofrecen de manera gratuita el 23 de abril, día mundial
del libro.
Estimular la lectura, la
producción y la publicación es una política nacional que ha posicionado a
Noruega como el mejor país del mundo para ser escritor. Los libros impresos, como
ocurre en Albania, Ucrania, Georgia, Reino Unido e Irlanda, están libres de
impuestos, y existe un sistema de precio fijo, similar al de países como
España, Francia y Alemania, que garantiza la estabilidad en el costo de los
ejemplares hasta el año siguiente a su publicación. En Islandia los escritores cobran al Estado una
suma mensual promedio de 2.400 euros por escribir. La periodista Maribel Marín
Yarza escribió en el diario El País de España: “Noruega, donde la ostentación
es pecado y la modestia se ejerce como gran virtud, puede presumir de tener un
sistema que permite que un autor que no sea superventas persiga su sueño. No es
una quimera. En el país de los fiordos se puede vivir de la literatura sin ser
comercial”.
Los países desarrollados entienden
la cultura como un asunto público de enorme importancia, por ello promueven la
cooperación dentro de un modelo público-privado, que permite tanto al Estado
como a la empresa privada invertir y recuperar su inversión, crear conciencia
ciudadana, fortalecer la cultura y el sistema educativo básico y superior.
Tal vez Colombia esté muy lejos
de alcanzar el estado de bienestar y seguridad social de países como Noruega,
Canadá o Islandia, pero podría fortalecer la industria literaria, estimular la
creación de nuevas narrativas y permitir el tránsito del realismo trágico que
consume los días del escritor al realismo mágico que como corriente literaria
definió un estilo suramericano, potenció la narrativa nacional y ganó un destacado
lugar en la conciencia literaria de todo el mundo.
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