Somos hijos de los Muiscas
Hoy se recuerda la fundación de Bogotá que significó el aplastamiento del pueblo Muisca.
Para fundar la ciudad, el reino Muisca fue invadido, humillado y saqueado a nombre de un emperador español, un tal Carlos V, bajo las órdenes de Jiménez de Quesada, quien sometió a los nativos con violencia y robó sus riquezas. Luego, en su delirio católico ordenó la construcción de una iglesia y doce chozas para exaltar a los doce apóstoles y la "transfiguración del redentor", y terminada la tarea retó con espada a quien se opusiera a su acto de fundación; luego eligió el sector de Teusaquillo por sus ríos Vicacha (llamado San Francisco) y San Agustín o Manzanares como sitio de recreo para él y sus hombres. Pero no se detuvo ahí, impulsado por su ambición siguió adelante con la espada en una mano y el crucifijo en la otra en busca del Dorado; expedición en la que fracasó varios lustros después, pero para entonces había logrado adueñarse de una fortuna con la que se retiró a vivir en Suesca, para morir de lepra en Mariquita, al norte del Tolima, en febrero de 1579.
El pueblo Muisca fue casi borrado de la tierra, incluso en 1770 el rey Carlos III prohibió el uso de las lenguas indígenas, entre ellas el idioma muisca; de hecho, hoy se le considera como una lengua extinta.
Tal vez hoy, cuando recordamos la fundación de
Bogotá, podríamos exaltar al pueblo Muisca (algunos lo llaman Chibcha, de modo
más genérico), el cual se organizó en Cabildos y ocupó el altiplano
cundiboyacense y el sur de Santander, dejando muestras de cuidadosa orfebrería,
ornamentos en oro, leyendas de dioses y semillas, mitos de la creación, incluso
se ha encontrado muestras de arte rupestre en zonas habitadas por ellos. También
se conoce su organización social, sus festividades, cantos, ritos, creencias,
labores de agricultura, su abundante producción textil, su sistema económico de
"trueque" y su arquitectura, con casas cónicas de barro y caña, de las
cuales no queda ni el recuerdo.
Dicen que Bochica, "su dios", vestía una túnica clara y sandalias, que tenía la barba blanca y larga, caminaba apoyado en un bastón, tan poderoso y enigmático como el cayado que utilizó Moisés para convertir en sangre el río Nilo y abrir el Mar Rojo, y enseñó a los Muiscas a hilar el algodón, a tejer mantas, a sembrar y cultivar en las tierras bajas, a orar. También les inculcó principios morales y sociales. El explorador alemán Alexander Von Humbold lo llamaba el ‘Buda de los Muiscas’ porque reconocía grandes similitudes espirituales y culturales con el Tíbet.
El Zipa, autoridad de todo el imperio Chibcha, y los caciques solían buscarlo en lo alto de la montaña, donde había aparecido un día, para consultarle temas importantes. La leyenda cuenta que cuando salvó al pueblo de la inundación, creó el "Salto Tequendama", y tiempo después, desapareció silenciosa y misteriosamente, como había llegado.
Bachué o Batchue es la madre del pueblo Muisca; con sus pechos alimentó al pueblo Muisca, que se origina de su unión con Qhuzha.
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