Vientos descoloniales en el Museo Colonial de Bogotá

 



El pasado 12 de octubre, "Día del Respeto a la diversidad Cultural y de la resistencia indígena", llamado también el “Día de la raza”, se inauguró una muestra artística colectiva en el Museo Colonial de Bogotá. 

Ubicado en el antiguo Claustro de las Aulas y construido a comienzos del siglo XVII, el museo ha tenido diferentes usos a lo largo de su historia. Tras la expulsión de los Jesuitas en 1767, en esta misma casa sesionó el Congreso de la República, luego fue sede del Museo Nacional y de la Biblioteca Nacional, y se convirtió en Museo de Arte Colonial el 6 de agosto de 1942, cuando fue inaugurado por el presidente Eduardo Santos y el ministro de educación, el historiador y ensayista, Germán Arciniegas. Pero nunca antes había tenido un uso tan incluyente y abierto a las diversas expresiones de la plástica contemporánea como hoy a partir de la “Convocatoria Museo Descolonial”. 

La IV Bienal de Arte y descolonialidad “Reexistencias”, a través de una convocatoria pública seleccionó 19 propuestas para proponer un dialogo artístico entre el pasado y el presente cultural del país, entre imaginarios, prácticas y lógicas del pensamiento colonial con los saberes artísticos propios de los nuevos procesos sociales de resistencia y resignificación de nuestra historia. Su objetivo es alterar la escenografía museográfica tradicional con la llegada de nuevas poéticas y contranarrativas estéticas y culturales. 

La muestra es sugerente, irreverente incluso, y logra desde la oposición creativa a la lógica colonial replantear la lectura tradicional sobre el patrimonio histórico e interactuar de manera fluida con una propuesta creativa que en una aparente discordia se opone a la decadencia social de un mundo en crisis y en transición. Entre la plácida rigidez de la estética colonial y la flexibilidad del arte actual se presenta una corriente cultural que reta la uniformidad, pero no la destruye, todo lo contrario, la reivindica y la reinventa, desde una noción de soberanía estética mucho más incluyente a lo que han sido los museos tradicionalmente.

 

No se trata de un museo dentro de un museo, como aclara la misma dirección artística de la muestra, a cargo de David Arteaga del Nodo Cultural Animal Simbólico. Lo que se propone es un Museo Colonial extendido, reclamante de una representación simbólica coherente y digna del territorio colonizado en el que se encuentra, como se afirma en la presentación de la muestra. Desde hace cuatro años este evento se realiza en octubre como un acto de resistencia cultural al llamado “descubrimiento de América” y como un ejercicio colectivo de apertura a nuevas narrativas, en aras de expandir la experiencia artística de los diálogos descoloniales.

 

En las salas y espacios abiertos del Museo se encontrará, hasta el próximo 14 de noviembre, una exposición colectiva in situ, de la que hacen parte varios artistas invitados y postulantes seleccionados en la convocatoria, como Julián Zalamea, Pedro Lasch, Franklin Piaguaje, Heinz Goll Isabella Celis Campos, Mateo Negret, Carlos Castro, Christian Colorado, Benvenuto Chavajay, Yenniffer Flórez, Laura Marcela Moreno, Luisa Fernanda López, Fabiano Kueva, Fernando Ronancio, Ana María Gutiérrez, Luz Adriana Vera, Mayra Estévez, John Coney y el colectivo Casa Chipiri.

 

“Minutos a 200 pesos oro”

 

El Mono de la Pila, que hoy reposa en el patio central del museo, es una fuente de agua originalmente instalada en la Plaza de Bolívar en 1681 (aunque hay quienes aseguran que fue en 1538, y que en 1775 la pieza original fue reemplazada por una más grande y ornamentada) para funcionar como la primera fuente de agua pública de la capital, cuando la contaminación de los ríos San Agustín y San Francisco (originalmente llamado Vicachá, que significa "El resplandor de la noche” en lengua muisca) obligó al cabildo a conducir agua desde los nacimientos hasta la Plaza Mayor. Sin duda se trató de un acontecimiento histórico que marcó y definió para siempre la vida de la ciudad. Su amable llegada a la Plaza de Bolívar se dio en reemplazo de la tradicional picota o rollo, una columna de piedra con ganchos, empleada para impartir castigo y deshonrar a quienes eran considerados infractores de la ley.  

 

La célebre frase “vaya a quejarse al Mono de la Pila”, “simbolizó, en un principio, lo improductivo de las quejas hacia la incompetencia de los gobernantes de Nueva Granada, la desatención en la que se veían envueltos los ciudadanos y la resignación final ante los problemas de la vida”, según cuenta la ingeniera ambiental de la Universidad de los Andes, Rosa Eliana del Pilar Ortiz, en la octava publicación del Observatorio del Patrimonio Cultural y Arqueológico.  Sin embargo, años después una versión popular, más difundida, contaba que las madres enviaban a sus hijos a recoger agua del Mono y, cuando estos regresaban cansados a casa, quejándose por el esfuerzo de la tarea, ellas les respondían: "a quejarse al Mono de la Pila". Hoy, siguiendo la divertida propuesta crítica del artista Julián Zalamea, en la fuente se encuentra el número celular del mono 305 380 5421 para llamarlo o dejarle su queja en el buzón. Este viejo emblema de la ciudad se reactiva y recupera así su carácter de punto de encuentro en el Museo Colonial, mediante la instalación de un puesto ambulante que simula la venta de minutos y a la vez recibe las quejas ciudadanas que nunca serán respondidas. 

 

“Mujer, definiciones hegemónicas”

 

La artista Laura Marcela Moreno, a través de un bordado sobre tela realiza una fuerte crítica a las formas, modos y expresiones con las que se define y comunica la palabra “mujer”, estableciendo una tensión entre el significante del lenguaje hegemónico y el significado de las prácticas sociales, políticas y culturales, a las que se les atribuye un carácter femenino. Aunque sus definiciones van desapareciendo con la ‘descolorización’ del hilo, el simbolismo de este gesto alude a los cambios en el lenguaje e implican una fuerte crítica a las prácticas de dominación patriarcal en la sociedad contemporánea.

 

“Pueblo”

 

La estatua ecuestre de Simón Bolívar, creada por el escultor francés Emmanuel Frémiet en 1910, estuvo ubicada inicialmente en el Parque de la Independencia, entre 1910 y 1958, pero una vez iniciado el proyecto urbanístico de ampliar la calle 26 fue trasladada, cuatro años después, al Monumento a los Héroes, cuando fue declarada bien de interés cultural del ámbito distrital.

 

El 24 de mayo de 2021 la estatua fue retirada por un supuesto riesgo de colapso, luego de que sus cimientos fueran incendiados durante las protestas ciudadanas del Paro Nacional y se iniciara el proceso de demolición del icónico monumento para dar paso a la línea del metro que algún día se construirá en la capital. El artista Carlos Castro, Premio Mesoamérica al Arte -ARTBO 2019- creó una escultura similar a la histórica estatua, en bronce y en pequeño formato, pero a diferencia del Bolívar original, éste lleva sobre el lomo de su caballo a un líder de la resistencia que ondea la Wiphala, bandera de los pueblos indígenas que representa la lucha anticolonial y las cosmogonías ancestrales.

 

En una segunda pieza para esta exposición, Castro presenta un busto de Cristóbal Colón recubierto con chaquiras con diseños inspirados en el simbolismo de la cultura Inga del Putumayo. “Un gesto antropófago -a decir del crítico de arte y curador Halim Badawi- en el que la figura de Colón, el “héroe fundador” de América (manufacturado siguiendo el academicismo decimonónico), es deglutida y expulsada convertida en una suerte de máscara popular amerindia que no oculta su origen mestizo. Castro no sólo quiebra los límites ficticios entre “artesanía” y “arte”, o entre “baja” y “alta” cultura (el artista escapa sagazmente de esta discusión bizantina), sino que cuestiona los mecanismos de representación oficial. Esta obra, titulada “Padre”, del proyecto ‘Alma enemiga’, hizo parte de la exposición ‘Los Padres ausentes’ en La Galería, para a través de “la parodia, el sarcasmo, la apropiación crítica de las estrategias del llamado “arte culto”, proponer “el quiebre de las jerarquías entre disciplinas artísticas, y la subversión de las tradiciones populares y las imágenes históricas”, a decir del propio curador.

 

“Concentración espiritual”

 

El muralista Franklin Piaguaje, nacido en Puerto Asís (Putumayo) y graduado como artista plástico de la Universidad Industrial de Santander (UIS), participa con dos pinturas de acrílico sobre lienzo: “La No Gioconda/ La No Alegre” y la “Concentración espiritual”. En ambas reivindica sus ancestros indígenas, el color y el legado de la cultura Siona, como es característico en su prolífica trayectoria artística, pese a no superar los 23 años de edad.

 

María Constanza Toquica Clavijo, directora de los museos Santa Clara y Colonial abrió la muestra, exaltando el valor simbólico y la fuerza crítica de las piezas seleccionadas e invitó a conocer y preservar el patrimonio, que más allá de los bienes materiales, se refiere a las tradiciones, creencias y valores inmateriales de los pueblos que originalmente habitaron nuestro territorio.

 

Esta muestra colectiva estará abierta el público hasta el próximo 14 de noviembre.


//Publicado en El Espectador

 

 

 

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