LLEGÓ LA HORA DE LEGALIZAR
(Retomado de reflexiones del pasado)
El debate en serio que debe dar
el país es sobre consumo, adicción, legalización y narcotráfico pasa por
reconocer el fracaso de los métodos empleados en el pasado: no desestimularon
el consumo, no debilitaron a las mafias, no desarticularon su red de violencia,
sicariato y corrupción, no brindaron seguridad en los territorios, no acabaron
con las rutas del crimen y tampoco lograron que la llamada “lucha frontal
contra el tráfico de estupefacientes” fuera exitosa en términos de salud pública,
control estatal o de erradicación del problema. Todo lo contrario. Que Colombia
llegara a producir el 70% de la coca a nivel mundial, según informe de la ONU
de 2020, y que el gobierno anterior insistiera en envenenar nuestro suelo con
pesticidas ya prohibidos en varios países, nos confirmó que tanto en los
programas de erradicación de cultivos de uso ilícito como el diseño de
políticas públicas para el desarrollo agrario, la implementación del Acuerdo de
Paz a nivel territorial y la lucha contra el narcotráfico iban por mal camino. No
estábamos viendo la globalidad del desafío ni lo que implicaba en términos de
humanidad. Hoy tenemos experiencias aleccionadoras y mucha más claridad que ayer,
pero ¿tendremos también el valor de defender lo que es justo y apostar por un
cambio rotundo que sea coherente con nuestra defensa de la justicia, la
dignidad y la vida?
En 2020 el mundo celebró el
vigésimo aniversario del Plan Nacional sobre Drogas de Portugal, el cual marcó
un hito a nivel global. Dos décadas después de haber despenalizado la posesión
de todas los estupefacientes, desde la marihuana hasta la heroína, los
resultados son asombrosamente positivos: reducción en el consumo de drogas, en muertes
por sobredosis, en enfermedades infecciosas, incluido el VIH, en la violencia
ligada a su distribución, y en la congestión carcelaria. ¿Cómo lo logró?
Aplicando una visión humanista que integró medidas sociales con fondos
destinados a mitigar los efectos negativos, pasando de una política de persecución
a una de atención e información, de un tema policial a uno de salud pública a
través de un modelo de atención integrada (prevención, tratamiento y
reinserción social). Desaparecieron los carteles, dealers y
consumidores en riesgo.
En Colombia pese a los avances
logrados, a los fallos de la Corte Constitucional y reformas legislativas, hace
falta todavía un cambio radical en la concepción misma del problema para poderlo
abordar desde otra perspectiva, como lo han propuesto serios analistas, y como
lo exclamó presidente Petro ante la ONU. Hoy son justamente esas voces sensatas las que
deben conducir el debate nacional e internacional, y sobreponerse al pobre nivel
de discusión que en el pasado quiso arrojarnos la derecha hipócrita y
prejuiciosa, generando la aburrida sensación de estar condenados a naufragar siempre
en una especie de desgastado Déjà vu, dónde la ignorancia sustituía los
argumentos ilustrados.
Aprender del pasado y de otras
experiencias es una forma sabia de supervivencia; reconocer el costo social de
aquellos alegatos dogmáticos y sin sustento que ocuparon la escena pública y
que escucharemos de nuevo cuando se encienda el debate aplazado, privilegiar las
voces autorizadas que emergen desde distintas orillas para exigirnos replantear
viejas y fracasadas estrategias y proponer un debate serio a un problema mal
encarado durante lustros, es un deber histórico inaplazable. El prohibicionismo
solo ha servido para fortalecer las mafias, profundizar la corrupción política
y administrativa, y recortar libertades ciudadanas. No nos ha liberado del
flagelo de la droga ni de la violencia que le acompaña. En 1920 la imposición
de la ley Volsted o ‘ley seca’, que prohibía la venta y consumo de
bebidas alcohólicas en Estados Unidos, disparó la violencia, empoderó las
mafias, fortaleció el comercio ilegal y el consumo prosperó. Pero fue el riesgo
para la salud a causa de la circulación de licor clandestino, el incremento de
la población carcelaria y el aumento en los crímenes, lo que llevó a que 1933
el senado derogara la medida. El presidente Roosevelt tuvo que admitir entonces
que trece años de “prohibición”, fueron un verdadero acto de hipocresía que
solo sirvió para profundizar la corrupción, crear nuevos delincuentes y fortalecer
el crimen organizado.
La discusión está planteada en términos
audaces y realistas, y no debe perderse de mira porque debe llevarnos a
repensarnos como sociedad, a reflexionar acerca de la que somos y permitimos
como nación, a preguntarnos por qué ha generado más indignación la idea de un
chico fumando un bareto en un parque que nuestra incapacidad para abrazar
a un niño al que le acaban de asesinar a su mamá a tiros frente a sus ojos. ¿Cómo
pudo ser más preocupante el consumo de la dosis mínima en un estadio de futbol
que el sistemático asesinato de líderes sociales y defensores de derechos
humanos en todo el país?
El debate no puede ser si se
garantizan o restringen libertades ciudadanas, esto ya debería estar superado y
resuelto por la misma naturaleza del Estado social de derecho que nos rige. El
objetivo debe ser la legalización total de todas las sustancias psicoactivas,
como una forma orientada a vencer el narcotráfico y a superar la principal fuente
de violencia y corrupción en el país.
Es urgente reinventar la lucha
contra el narcotráfico, como afirma Petro y como lo sugirió el expresidente
Santos bajo su mandato, reconocer los elevados costos que el país ha pagado por
tanta miopía política y falta de audacia para liderar un gran consenso mundial
que ponga punto final a la violencia, la degradación social, física y moral y
la corrupción que alimenta el narcotráfico, y nos aleje de la certeza del
fracaso y de la sensación de estar siempre inmersos en una batalla destinada a
fracasar. Podemos invertir otros cuarenta años repitiendo el modelo fallido,
con sus elevados costos, o atrevernos de una vez por todas a implementar una
formula diferente, novedosa y que en otros países ha dado buenos resultados. Es
tiempo de cambiar y de avanzar sin temor hacia la construcción de un nuevo paradigma
a nivel global. La prohibición nunca ha sido la solución. Petro lo sabe, y entiende
bien cuál es la discusión que debe darse, pero es indispensable que la
ciudadanía lo acompañé y que otros gobiernos de la región asuman con valor el
reto de cambiar el rumbo de nuestra historia.
// Cuando observamos las plantas prohibidas creadas por la
naturaleza, reconocemos sus propiedades curativas y la veneración de culturas
ancestrales, en medio de tanto alarde de miedo, hipocresía y dogmatismo, no
podemos menos que sentirnos ridículos y atrasados. Las generaciones del futuro se
asombrarán con nuestra desidia, estupidez y cobardía.
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